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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Déjeme, señor, sosegada; no trate de sacarme de mis casillas. ¡Jesús!, bonita se pondría doña Inés llegase a entender que vuecencia andaba requebrándome y que yo le oía faltando al decoro que se debe a esta casa tan respetable. Y con estas palabras o con otras por el estilo se apartaba Juanita de don Andrés y se iba a otro extremo de la antesala.

Saboreando estaba su contento, cuando un ayuda de cámara abrió la puerta y dijo respetuosamente: Señor, el cocinero mayor de su majestad, solicita hablar á vuecencia. Lerma mandó entrar á Montiño.

Para que nadie se entere, porque no quiero disgustar ni ofender a nadie, debe ser la cita, y debo ir yo a ella, después de anochecido. ¿Y quién es la persona que ha de citar a vuecencia y que gasta tanto melindre? se atrevió a preguntar Longino. Pues la persona contestó don Andrés bajando más la voz es Juanita la Larga.

Entonces el ministro-duque se volvió con afectación á la puerta por donde había entrado la voz que pidió permiso, y dijo con cierta hueca benevolencia: Entrad, Montiño, entrad. Entró el cocinero mayor del rey, se inclinó profundamente tres veces, y luego, haciendo una mueca que parecía una sonrisa, dijo: ¿Quedó vuecencia contento del banquete de ayer, señor?

Pues cuidad, don Francisco, en dónde ponéis los pies, porque palacio está muy resbaladizo. Como ando despacio, señor duque, nunca resbalo; como tengo los pies grandes me afirmo; cuando caigo no es que caigo, sino que me caen. Guarde Dios á vuecencia y le prospere añadió, viendo que el duque había abierto la puerta.

Doña Catalina me había dicho que su único objeto al verme, era hacerme trabar conocimiento con Quevedo, y éste me había hablado tan en favor de vuecencia, que me tenía encantada, y me había hecho perder todo recelo.

La carta de vuecencia, sin embargo, me puso de nuevo sobre aviso, y tengo para que doña Catalina y don Francisco se aman, no dentro de los límites de un galanteo, que siempre fuera malo, sino de una manera más estrecha.

Llamaron por segunda y tercera vez con insistencia, y se oyó una voz de mujer que dijo recatadamente detrás de la puerta: ¡Señora! ¡señora! ¡por amor de Dios! ¡oíd, si no queréis que suceda una desdicha! La condesa se acercó á la puerta. ¿Qué sucede, Josefina? dijo. El señor conde de Lemos acaba de llegar á la quinta y pregunta por vuecencia. ¡Ah! ¡mi marido! dijo la condesa.

Venga usted acá, viborezno libre-pensador, Voltaire de monterilla, Lutero con cascabeles; según ese disparatado modo de pensar que usa vuecencia, también se podrá asegurar lo que dice el vulgo de los préstamos del Magistral al veinte por ciento. Non capisco respondió el ex-alcalde, que sabía italiano de óperas.

Enojáos cuanto queráis conmigo, señor; pero no oiga vuecencia á Pelegrín Santos, pobre hidalgo que os debe cuanto es, sino á la voz severa de la verdad; sucédame cuanto quiera, aunque vuecencia irritado conmigo me haga pagar cara mi lealtad, no puedo callar por más tiempo. Porque se hace necesario prevenir el mal, necesario de todo punto; no se puede perder un minuto. Sigue, sigue, Pelegrín.

Palabra del Dia

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