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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Pues confieso á vuecencia, que no sabía yo que su majestad la reina... Vamos, señor Francisco. ¿A dónde llevásteis anoche á un vuestro sobrino? ¿Yo?... á ninguna parte dijo Montiño temiendo que lo de la cruz fuera un lazo.

Yo no puedo estrechar vuestra mano, yo no puedo serviros; yo no quiero hacerme cómplice de la ruina de España; á mi duque de Osuna me atengo... y si me desayudare el duque... me atenderé á mismo, que me basto y aun me sobro. Quede vuecencia con Dios. Esperad: no es por ahí, don Francisco dijo el duque tomando una bujía de sobre la mesa y yendo á una puertecilla.

¿ eres Agustín de Avila, alguacil de casa y corte? dijo el duque. Humildísimo siervo de vuecencia dijo el corchete mientras Quevedo apuntaba en el libro de su memoria el nombre y la catadura del preguntado. ¿Has visto á don Rodrigo Calderón que está herido en mi casa? , señor. Te habrá dado instrucciones.

Pero la intensa y ardiente mirada de la condesa era incomprensible. ¿Estáis enterado de lo que debéis hacer? dijo doña Catalina cuando vió que tenía á Santos rendido á discreción. ; , señora contestó Santos reponiéndose ; pero suplicaría á vuecencia me dijese claramente punto por punto...

Recordará Vuecencia que en varias ocasiones he solicitado el honor de que me permitiera explicarle, manifestarle..., vamos, ponerle a la vista el estado verdadero... de las cosas, como quien dice. Cierto. ¿Y qué? Que Vuecencia ha tenido siempre la bondad de desatender mis ruegos.

Señor, excelentísimo señor, poderoso señor... dijo todo compungido y trémulo el cocinero mayor. ¿Qué os mandé ayer? ¿qué me prometísteis ayer? ¿Qué me mandó vuecencia? dijo espantado Montiño ¿qué prometí á vuecencia? Se detuvo asustado, como quien no encuentra una contestación satisfactoria á una pregunta importante.

¿Me da vuecencia venia para entrar? decía una voz poco firme y contrariada á la puerta de la cámara del duque de Lerma. Dejad ese despacho, Santos dijo el duque de Lerma á un secretario que trabajaba con él y enviad á buscar á mi sobrino el conde de Olivares. Levantóse el secretario, arregló los papeles, los puso en una carpeta y luego aquella carpeta en un armario. Después salió.

Parándose y encarándose con don Andrés, le dijo: ¡Cuán injustamente me acusa vuecencia de hipócrita y de falsa! ¿Qué había de hacer yo? La aprobación y el aplauso que vuecencia dice que me daba eran tan ocultos como inútiles; eran la carabina de Ambrosio. La reprobación general cayó sobre y sobre mi madre, y vuecencia no protestó ni volvió por nosotras. Se supuso que yo era una perdida.

Si yo fuese en realidad una perdida o tuviese inclinación a serlo, ¿me cree vuecencia tan estúpida que ignore lo que valdría y lo que alcanzaría si a tal oficio me dedicase?

¡Huy! ¡Huy! exclamaba Juanita . ¿Está dejado vuecencia de la mano de Dios? Pues sería curioso que entrase a jugar al tute con mi mamá, que aún está despierta con ansia. ¿Cómo puede querer vuecencia, en Jugar de hacer con doña Inés una partida de tresillo, hacerle conmigo una partida serrana? ¡Válgame Santo Domingo, nuestro patrono! Yo no me lo perdonaría.

Palabra del Dia

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