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Actualizado: 18 de mayo de 2025
¿Pues para quién, señor, es ese hábito? dijo con un sarcasmo mal encubierto ; ¿acaso para la aventurera con quien entretiene al príncipe el duque de Uceda? Para esa el collar de perlas, y más que fuere menester; esta cruz es para otra persona. ¿No conocéis á alguien que se haya hecho recientemente merecedor del hábito? Confieso á vuecencia que no.
Pero abreviemos, estoy en ascuas... quiero verme fuera de aquí cuanto antes. ¿Te negarás ahora á seguirme? No, no, señor... pero no tengo manto... me he dejado arriba en mi aposento, en mi cofre las joyas que vuecencia me dió... Nos espera una silla de manos muy cerca... en cuanto á las joyas no importa... vamos. ¡Ah, señor...! ¡voy á seguiros...! ¡no sé lo que me sucede! ¡pero no me perdáis...!
Así sería dijo la muchacha si yo, desmintiendo la lealtad de mi carácter, no hubiese en esta ocasión engañado a vuecencia. Don Andrés era un hombre de mucha calma y de bastante mundo. Presumió que la muchacha quería hacerse valer, ir cediendo poco a poco y no declararse, desde luego, vencida.
Y el duque sacó una cajita de terciopelo, la abrió, y dejó ver dentro una cruz de Santiago, esmaltada en una placa de oro. ¡Ah, señor! exclamó trémulo de alegría el cocinero ; ¿me da vuecencia el hábito de Santiago? ¿Y para qué le queréis vos? ¿para que no os atreváis á entrar en la cocina, por temor de que se os manche la cruz? Cayó dolorosamente despeñado de lo alto de su vanidad Montiño.
Confieso que he querido vengarme de este desprecio, y aun convertirlo en acto de aprecio, haciendo sentir a vuecencia que valgo más de lo que imagina. Ahí está tu equivocación, Juanita dijo don Andrés . Yo no he creído que te menospreciaba y que te humillaba al requebrarte. Sobre poco más o menos, tan plebeyo soy yo como tú y tan humilde es mi cuna como la tuya.
Sin tener otra cosa que decir á vuecencia, quedo rogando á Dios guarde su preciosa vida. Misericordia, abadesa de las Descalzas Reales.» Ahora comprenderán nuestros lectores que, al leer esta carta Quevedo en la hostería del Ciervo Azul, la retuviese, saliese bruscamente y dejase atónito y trastornado al cocinero mayor.
Digo, que para tener de tal modo calado el sombrero y subido el embozo cuando yo os hablo, debéis ser mucha persona. De hidalgo á hidalgo, sólo al rey cedo. Os habla el conde de Olivares, caballerizo mayor del rey dijo el otro caballero que hasta entonces no había hablado. ¡Ah! Perdone vuecencia, señor dijo el incógnito desembozándose y descubriéndose , es la primera vez que vengo á la corte.
Válgame Dios dijo la señora con que calentura maligna... Pero muy grande, y lo más malo es que ha dicho el señor médico que busquen quien dé teta al niño... y ya ve vuecencia, así de pronto cualquiera encuentra... Está la criatura llorando como un cachorro... chupa que chupa, Manuela con los pechos secos... y ná, como si mamase de un pepino.
Si no he comprendido mal el símil de Vuecencia, ese es precisamente el punto en que tengo la desgracia de discrepar de su sabio parecer. ¿A ver cómo? Vuecencia sabe que sus caudales no son los que eran algunos años hace; que han disminuido..., que... Adelante, Simón.
Sin embargo, hacéis muy buenos negocios; debéis estar rico, Montiño; además de que la vianda de su majestad debe dejaros buenas ganancias, siempre me estáis pidiendo oficios. Y yo os agradezco á vuecencia... No hago más que pagaros vuestros servicios; sois inteligente y activo; y luego... vos me servís bien... es decir, servís bien á su majestad. Volvió á inclinarse Montiño.
Palabra del Dia
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