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Os he seguido paso á paso en todos vuestros viajes; mas no me siento ya con fuerzas para seguiros en el de Córdoba y Sevilla. He dado con mi bello ideal: ¿cómo quereis que descienda de ese cielo donde los sentidos, el corazon, la fantasía se espacian sin encontrar límite alguno? Idos en paz y dejadme respirar aun el aire de Granada.

Supe que íbais á salir para el reino de Granada, y resolví seguiros. ¿Quién sabe, dije, si la vista de nuevos paises me restituirá la calma, si los grandes espectáculos de la naturaleza volverán á alumbrar mi estinguida, si las ruinas de los monumentos que nos legaron otros siglos encenderán de nuevo la llama de mi amor al arte?

Habéis de saber que, una vez, ese que agora duerme el sueño de la eternidad, viniendo conmigo a comulgar a esta parroquia, pues nunca abandonó el sumo Sacramento, os vio salir por la puerta de la sacristía, y, dejándome al punto, se puso a seguiros.

Os amaría menos, nada quizá, aunque esto sería muy difícil, si llevarais la vida que llevan todos aquellos a quienes he desechado... Cuando pueda seguiros os seguiré, y donde quiera que estéis, allí estará mi deber; donde quiera que vayáis, irá mi felicidad, y si llegara día en que no pudierais llevarme, día en que debierais partir solo, pues bien, Juan, ese día os prometo que tendré valor suficiente para no quitaros el vuestro... Y ahora, señor cura, no es a él, sino a vos a quien me dirijo... quiero que respondáis vos, y no él.

No, que no sois vos el que yo creía; y no siéndolo, vuestras traidoras palabras, en vez de engañarme, me desesperan; en vez de contentarme, me ofenden; en vez de halagarme, me atormentan, y me avergüenzan en vez de satisfacerme; porque creo que me juzgáis capaz de seguiros en la torpe prosecución de vuestra falta, y hacerme cómplice de ella, y cruenta y homicida como vos; que allí está en mi propio lecho la que ser debe vuestra esposa, la que ya lo es, porque ante Dios por esposa la habéis tomado, y ella, esposa vuestra creyéndose, en vuestros brazos ha caído enamorada.

Id delante, todos vamos a seguiros. Entonces Salomón, inclinando sobre el hombro su cabeza blanca y tocando con vigor, se adelantó, seguido del alegre cortejo, hacia el salón en que estaba suspendido un ramo de muérdago. Una multitud de velas de sebo brillaba en medio de las ramas de brezo cubiertas de bayas.

Pero abreviemos, estoy en ascuas... quiero verme fuera de aquí cuanto antes. ¿Te negarás ahora á seguirme? No, no, señor... pero no tengo manto... me he dejado arriba en mi aposento, en mi cofre las joyas que vuecencia me dió... Nos espera una silla de manos muy cerca... en cuanto á las joyas no importa... vamos. ¡Ah, señor...! ¡voy á seguiros...! ¡no lo que me sucede! ¡pero no me perdáis...!