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No vengo por mi gusto. Decid, don Francisco, ¿no sois secretario del duque de Osuna? Por secretos del duque, mi amigo, ando en la corte. ¡Malhayan los tales secretos! ¿Por qué decís eso? Porque creo que me habéis sacrificado á ellos. Pues mirad, ignoraba que pudiérais ser víctima. ¿Y á qué dios creéis que os sacrifico? No es dios, es diosa. ¿Diosa? , la diosa ambición.

¡Ah! ¿de lo que yo quiera? Yo quisiera conoceros. ¿Y para qué? Os repito que debéis ser muy hermosa. Mirad no os engañe vuestro deseo. Descubrid el rostro. Mostraros el rostro ahora sería comprometer acaso un secreto que no es mío. ¡Cómo! Si pudiérais dar señas de la mujer á quien vais acompañando... Soy noble y honrado. No os conozco. Y sin embargo, os habéis amparado de .

Y no perdamos tiempo, voy a consultar a mis amigas. Calmaos esperándome. ¡Si pudierais veros la cara! La tenéis cubierta de sudor, como si os hubierais pasado todo el día cargando piedra. Secaos el sudor. ¿Tenéis pañuelo? ESCIPIÓN. Me parece, señora, que estáis burlándoos de . CLEOPATRA. ¿Yo? ESCIPIÓN. ¡Vaya! Y no puedo permitirlo. CLEOPATRA. ¿Y qué vais a hacer?

Están ya dando cabezadas, y cuando se hallan en tal estado, su comprensión es nula. Si pudierais empezar por el final, por decirlo así... Tened la bondad de decirnos lisa y llanamente a qué habéis venido. MARCIO. ¡Extraño modo de concebir una discusión jurídica!

¿No voy camino del infierno, señor cura? No me parece, mi buena hijita. Son cosas de tu edad. Eres tan joven. ¿Joven, mi pobre cura? ¡Ah, si pudierais ver el fondo de mi alma! Os he escrito, que no era más que un esqueleto, y es la verdad. En todo caso, no lo pareces. Ya hablaremos de ello de aquí a un rato, señor cura, y os convenceréis.

Si pudierais leer en el corazón de Marta, quizá reconoceríais a vuestra vez hasta qué punto vuestro espíritu se aleja de la verdad. , vais a contarme otra vez la misma canción; pero es inútil. No os imagináis su conducta para conmigo; no veis su frialdad despreciativa.

¿Pues qué diríais si de una sola vez, sin más que seguir durante un corto espacio las prácticas y devociones que cierto sabio os ha de prescribir, e sin haber menester libros, ni hacienda ni quebrantos, os vierais dueño de todos los secretos del rey Salomón e por ende sabidor del bien y del mal de todas las cosas, de los signos de los astros, del lenguaje de las animalias y os pudierais hacer invisible cuando os fuese conveniente, o ver a través de la tierra do corren las venas del oro e do se asconden las piedras preciosas; e hacer, en fin, en este mundo todo lo que vuestra alma e vuestros sentidos puedan codiciar, sin más ley que el antojo?

No quiero decir que vos pudierais llegar a considerarme como una carga algún día; yo bien que no, pero sería un grave peso para vos. Cuando pienso en eso me agrada suponer que contaréis con otra persona que yo, algo joven y fuerte que me sobreviva y cuidaría de vos hasta el fin.

Así os quiero, señor mío, contestó ella, y por que veáis cuánto en vos confío y cuánta es la estimación en que os tengo, para que sepáis bien quién soy, os voy a contar mi historia; eso si no es que os aqueje el sueño, que si tal fuese, mi doncella Florela, que es discreta, os llevarla a un aposento donde pudierais reposar seguro.

En ninguna parte pudiérais sentir menos la espera. ¡Ah! las diez... conque hasta las doce. Quede con vosotros Dios. Y Quevedo salió. Toda esta escena, á pesar de que había sido un poco picante, había pasado delante de la negra y del lacayuelo. Servidnos los postres y marcháos á almorzar dijo Dorotea apenas salió Quevedo. Montiño y la comedianta quedaron al fin solos.