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Actualizado: 16 de junio de 2025


Pero aún no había transcurrido un segundo cuando algo vino á añadirse á este choque, desmintiendo las suposiciones de Ferragut. El aire azul y luminoso se arrugó bajo el zarpazo de un trueno.

La esposa dio dos pasos hacia el esposo, desmintiendo con los rayos, que de sus claros ojos brotaban, la suave vocecita y el pausado tono con que dijo: ¿Pues no comió ayer aquí ese buey Apis?... Es un animal replicó el marido; y para ocultar su turbación, escondióse bajo el paño negro, poniéndose a enfocar de nuevo la máquina.

Primitivo, desmintiendo su acostumbrada impasibilidad, dio rienda a una cólera furiosa, desatándose en amenazas absurdas contra los tránsfugas. Quien se mostró estoico fue Barbacana. La tarde que se supo la pérdida definitiva de la elección, el abogado estaba en su despacho, rodeado de tres o cuatro personas.

Después, el amable capitán de la guardia africana entró en la biblioteca de Abu-Melik y de Ben-Farax, y en ésta encabestró a buen ojo cuatro poetas que escribían sendas cásidas de versos, presumiendo con ello dirigir al género humano, y en la otra atrailló a cuatro escritores graves que refutando hechos, desmintiendo las crónicas viejas, criticando los escritos antiguos, derramando la desconfianza y quitando la fe en todo lo tradicional, hacían de la historia una miserable controversia.

Rechazaba de su mente con tenaz repugnancia todo lo que no fuera obra de la razón y del cálculo, no desmintiendo esto ni en las cosas más insignificantes. Que al poco tiempo de sentir en este tic del razonamiento lo aplicó al oscuro problema lógico de la ausencia de su mujer, no hay para qué decirlo. «Que vive, no tiene duda; este es un principio inconcuso que ni siquiera se discute.

¡Era Doña María la madre de los pobres! ¡Nunca hubo puerta de más caridad! ¡Dios Nuestro Señor la llamó para y la tiene en el Cielo, al lado de la Virgen Santísima! ¡Era la madre de los pobres! ¿Por qué no camináis en silencio? ¡Era mi madre también, era todo cuanto tenía en el mundo, y no lloro! La voz del viejo linajudo, desmintiendo sus palabras, se rompe en un sollozo.

Así sería dijo la muchacha si yo, desmintiendo la lealtad de mi carácter, no hubiese en esta ocasión engañado a vuecencia. Don Andrés era un hombre de mucha calma y de bastante mundo. Presumió que la muchacha quería hacerse valer, ir cediendo poco a poco y no declararse, desde luego, vencida.

El señorito de Limioso, no desmintiendo su vieja sangre hidalga, aguardaba sosegadamente, sin fanfarronería alguna, pero con impávido corazón; el abad de Boán, nacido con más vocación de guerrillero que de misacantano, apretaba con júbilo la pistola, olfateaba el peligro, y, a ser caballo, hubiera relinchado de gozo; el Tuerto, encogido y crispado como un tigre, se situaba detrás de la puerta a fin de destripar a mansalva al primero que entrase.

No desmintiendo éstos la hospitalaria tradición campesina, hicieron pasar a los visitadores, quieras no quieras, al comedor, donde un mármol se hubiera reído también observando cómo la mesa del refresco, la misma en que comían a diario los dueños de casa, tenía dos escotaduras, una frente a otra, sin duda destinadas a alojar desahogadamente la rotundidad de un par de abdómenes gigantescos.

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