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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Para que nadie se entere, porque no quiero disgustar ni ofender a nadie, debe ser la cita, y debo ir yo a ella, después de anochecido. ¿Y quién es la persona que ha de citar a vuecencia y que gasta tanto melindre? se atrevió a preguntar Longino. Pues la persona contestó don Andrés bajando más la voz es Juanita la Larga.
No ya esta vez en la iglesia de la Soledad, que está en lo alto del cerro, sino en la nueva parroquia, antiguo convento de Santo Domingo, donde fue tan maltratada por el sermón, Juanita estuvo rezando fervorosamente durante mucho tiempo. Al salir de la iglesia para volver a su casa se encontró con Longino de manos a boca.
Pues mira, Rafaela contestó Juanita , di a Longino con toda seriedad también, que es un galopín sin vergüenza, y que él y su amo vayan a escardar cebollinos. No te alteres, hija; no te subas a la parra dijo Rafaela al ver enojada a Juanita . ¿Qué se pierde ni qué ofensa se te hace en tentar el vado?
Muy sorprendido se mostró Longino al oír esto, lo cual agradó sobre manera a don Andrés, porque era prueba evidente del misterio y del disimulo con que él hasta entonces había perseguido a la muchacha. Cuando Longino no había sospechado lo más leve, era indudable que nadie en el lugar lo sospechaba, y que el secreto hasta entonces se había guardado entre don Paco, él y ella.
¿Pues quién ha de ser, niña? contestó Rafaela al ver o al imaginar que se recibían sin enojo sus insinuaciones , ¿Quién ha de ser sino el propio excelentísimo señor don Andrés Rubio? ¿Y por dónde lo sabes tú? ¿Quién te encomendó que me vinieses con ese recado? Me lo encomendó..., nada más natural..., el confidente de don Andrés. Me lo encomendó Longino.
Antes de salir de casa, a eso de las diez de la mañana, habló don Andrés con el criado de mayor confianza y más listo que tenía. Era su secretario, su ayuda de cámara, su confidente favorito y al mismo tiempo su bufón, porque tenía mucho chiste: baste decir que hacía de Longino en las procesiones.
Otro gallo le cantara dijo Longino y no estaría de fregona si la Fortuna no fuese tan caprichosa y tan ciega. Terminado este coloquio, todavía antes de salir de casa tuvo don Andrés otra conversación interesante.
Muy satisfecho Longino del encargo delicadísimo que su señor acababa de confiarle, prometió hacer prodigios de destreza para que nada se divulgase y para que todo se lograse.
Prometía la cena del miércoles ser muy divertida, amenizándola con sus chistes un criado muy gracioso que tenía don Andrés y que hacía en todas las procesiones el papel de Longino, soldado fanfarrón y galante antes de dar la sacrílega lanzada y ciego después, que persigue al lazarillo, el cual se le escapa y le hace en las procesiones mil burlas y perrerías.
Longino se acercó a ella, la saludó con socarrona finura y le dijo en voz baja, casi al oído: No sea usted tan dura y tan sin entrañas. No deje morir a quien se muere por usted de mal de amores. Déle la cita que humildemente le pide. Juanita dio un paso atrás, como quien se aparta de objeto que le inspira asco, y lanzó a Longino una mirada de soberano desprecio. Longino no la comprendió.
Palabra del Dia
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