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Sólo dos reverberos de gas alumbraban la calle; el portero del hotel había entornado la puerta, y el cuarto menguante de la luna derramaba su suave claridad, permitiendo distinguir claramente los objetos.

Volvió al salón. No había nadie. «No podía ser». Entró en el gabinete de la Marquesa.... Tampoco vio entre las sombras ningún cuerpo humano. Todo era sillas y butacas. Sobre ellas ningún bulto de mujer. «No podía ser». Con aquella fe en sus corazonadas, que era toda su religión, Álvaro buscó más en lo obscuro... llegó al balcón entornado; lo abrió... ¡Ana! ¡Jesús!

Watson había entornado los ojos, al mismo tiempo que su frente parecía obscurecerse, pasando por ella la sombra de un desfile de lejanas imágenes. Recordó la tarde en que Elena los había sorprendido cerca del río, á él y á Celinda, mientras ésta le enseñaba á tirar el lazo. Elena, para repeler tal recuerdo, se aproximó más al joven, apoyando sus manos en las solapas de su blusa.

Y en cuanto a mi, sorprendida por tal aparición, había entornado uno de los postigos de la ventana, y observaba los acontecimientos sin hacer un movimiento.

Todas las vidas, todos los sucesos hasta los más ínfimos de la parroquia pasaban uno á uno por el tamiz de aquel corro y salían desmenuzados y cribados, reducidos casi al estado atómico. Varias veces habían entornado la vista hacia nuestras zagalas, y después de hablarse al oído sonreían con malicia. Al fin la vieja Rosenda les dirigió la palabra. ¡Flora!

Pero todo lo doy por bien empleado porque al cabo logré ver á la gracia de Dios. Vaya, vaya, déjeme usted en paz que tengo prisa. Pero no se movía. Plantada en medio de la plazoleta, con el cuerpo entornado por la cojera tanto como por el peso de la vasija, estirado el cuello rugoso y la oscura boca abierta para sonreir, parecía aquella mujer un endriago.

Después, todo quedaba en la familia, realizado el naciente proyecto; y según los tiempos corrían y lo entornado que andaba el mundo, por dudosa que resultara la formalidad del mejicanillo, érale a él conocido al cabo, y lo conocido, por malo que fuera, siempre sería preferible a lo bueno sin conocer.

Cuando entraron en la plazuela donde vivían, la vista de su casa, que con el portalón entornado, los balcones cerrados y la fachada obscurecida por la última luz de la tarde tenía cierto aspecto fúnebre, hizo revivir en la memoria de las tres el recuerdo del caballo. ¡Dios mío! ¿Cómo estará el pobre Brillante?

El mal se había concentrado en un ojo, y sobre todo en el párpado, que no podía levantarse sino a medias; de lo que resultaba que la pupila, medio apagada, daba a toda la fisonomía cierto aspecto poco inteligente y vivo, contrastando notablemente el ojo entornado con su compañero, del cual salían llamas, como de una hoguera de sarmientos, al menor motivo de escándalo, y en verdad que los solía encontrar con harta frecuencia.