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Actualizado: 28 de junio de 2025
En la puerta encontraron á Homobono Pereda, que era un muchacho de veintidós años con las piernas torcidas y cara de niño llorón. En Vegalora le llamaban el Feto.
Sobre la chimenea, un reloj de bronce muy elegante alternaba indignamente con dos perros de porcelana dorados, de malísimo gusto, con las orejas rotas. Las láminas de las paredes estaban torcidas, y una de las cortinas desgarrada; el piso lleno de manchas; la lámpara colgante con el tubo ahumadísimo.
Los ojos eran como llagas ya secas e insensibles, rodeados de manchas sanguinosas; la talla mediana, torcidas las piernas. Su cuerpo había perdido la conformación airosa por la costumbre de andar a ciegas, y de pasar largas horas sentado en el suelo con las piernas dobladas a la morisca.
Las torcidas líneas de su plan comenzaron al punto a enderezarse, y una idea germinó al fin en su mente, vaga todavía e indecisa, pero visible ya, como el capullo del gusano de seda a través de su sedosa borra.
La en que acabábamos de entrar y las adyacentes eran angostas y torcidas, como anteriores al uso de los coches urbanos: blasones nobiliarios y portadas artísticas de la Edad Media adornaban sus ruinosas casas, y un silencio de muerte servía allí de melancólico acompañante á la romántica soledad. Ni una sola tienda profanaba aquellos portales. No se veía alma viviente ni en rejas ni en balcones.
Yo no puedo afirmar si tolo/i> era primitivamente el nombre de una cosa, y esta era una cuerda ó si el nombre del número tres se aplicó á la cuerda por estar formada de esta cantidad de hilos ó torcidas: lo que parece claro es la relación de ambas espresiones.
Algunas puertas ostentan lindos azulejos con la figura de San Isidro y la fecha de la construcción, y en los ruinosos tejados, llenos de jorobas, se ven torcidas veletas de chapa de hierro, graciosamente labrado.
Las calles, aunque tiradas a cordel, según prescribía la moda en el tiempo en que se abrieron, estaban ya torcidas, gracias a las invasiones o a las deficiencias de los setos de membrillo, boj y rosal.
Aquellos infelices, de cuya educación nadie se ocupaba, vivían de la manera más miserable, comían cuando encontraban donde robarlo, dormían al raso, y en su infantil edad, el continuo roce con gente perversa y el abandono de toda educación tenían harto prematuramente prostituidas sus almas y enviciadas y torcidas sus conciencias; pues los tales rapazuelos, que por los sitios públicos enseñaban sus miserias, podían ser maestros en raterías, licenciados en la carrera rufianesca y carne dispuesta para consumirse en la horca, en las galeras ó en los presidios.
Unos versos italianos, escritos con mano trémula y en torcidas líneas, llamaban la atención de Rafael. Los entendía a medias, pero Leonora nunca le permitía acabar la lectura. Era un lamento amoroso, desesperado; un grito de pasión rabiosa, condenada a la soledad, revolviéndose en el aislamiento como una fiera en su jaula. Luigi Maquia.
Palabra del Dia
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