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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Compadecí de todo corazón al infeliz magistrado que tendría que echarse al coleto el indigesto fárrago, y temí que de puro aburrido sentenciara en contra de los patrocinados por Castro Pérez. Leí en alta voz el alegato. Mi hombre quedó satisfecho. ¡Bien! ¡Bien! exclamó. ¡Mucha lógica! Veamos esos latines. No les puso tacha.
Pero ¿cómo el Príncipe, que debía hallarse, si no presente en esa escena, por lo menos cerca, no había acudido a impedir el delito? Y ¿cómo la nihilista, que nunca entrara en el cuarto de la Condesa, había sabido hallar el arma que ésta tenía guardada? Estas dificultades no inquietaban mucho al magistrado.
¡Ya lo creo! ¡Reclamar la viudedad... ella... causa de la muerte del digno magistrado! Sería indigno. Indigno. Y ya no está bien que viva en el caserón de los Ozores. Claro, porque aunque se lo regaló su esposo, según dicen, él fue quien se lo compró a las tías de Ana, y no con bienes gananciales, sino vendiendo tierras en la Almunia. Sea como sea, ella no debía vivir en esa casa.
Si usted cree en la verdad, la verdad es ésta... Y con voz trémula, fija la vista en el suelo, le refirió la historia de su amistad con la Condesa. El magistrado le escuchaba con atención más indulgente; pero todavía le quedaba el temor de que por vengar a la muerta y perder al rival, el acusador callara alguna circunstancia y se exhibiera mejor de lo que era en realidad.
El presidente de la confederacion, magistrado supremo, de igual categoría que cualquier soberano, tiene seis mil francos de sueldo al año que es todo el tiempo que dura su cargo: vive modestamente, sin criados, sin carruajes, sin fausto: y su autoridad es tan respetada como la del primer soberano de Europa, porque la autoridad en Suiza es la ley.
Venimos á hablar al magistrado, dijo Marenval gravemente. No esperéis, sin embargo, que vaya á ponerme la toga, dijo el juez riendo. Vénganse á mi gabinete y allí estaremos más cómodos. Les condujo á la pieza de que acababa de salir y les dijo indicándoles dos butacas: Siéntense ustedes. Vamos á ver; ¿han cometido ustedes algún crimen? ¡No!
Diríjanse á cualquier magistrado y según el humor en que se halle, les dirá con ironía que se metan en la malla dirigiéndose al ministro del ramo, ó les declarará con indignación que van á dirigir un reto á la justicia. Dirigimos, en efecto, ese reto, exclamó Marenval. Pero no nos dirigiremos á nadie más que á usted, añadió Tragomer.
Quiso la suerte, y quisieron las buenas relaciones de los suyos, que Quintanar fuera ascendiendo con rapidez, y se vio magistrado y se vio regente de la Audiencia de Granada, a una edad en que todavía se sentía capaz de representar el Alcalde de Zalamea con toda la energía que el papel exige.
Bajando la voz, añadió al oído del joven: Ese pobre se curará en otro campo distinto del que usted va a visitar... Adiós, querido, adiós. Andrés Heredia perdió en la niñez a su padre, magistrado del Tribunal Supremo, que había tenido la flaqueza de casarse, ya viejo, con una sobrinita de diez y ocho años.
Era un magistrado de la Audiencia provincial; viejo ya, calvo, diminuto, flaquísimo; aladares rizados con tenacilla sobre las orejas; bigotes horizontales, engomados con zaragatona, tan largos, que sobresalían a los lados como balancín de funámbulo; corbata de chalina; chaqueta hasta media posadera; pantalones a menudos cuadros negros y blancos, de campana excesiva, para disimular la enormidad de los pies, aprisionados en zapatos de colgantes cintas de seda, tan anchas como la chalina.
Palabra del Dia
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