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He aquí que el autor ha dado su última mano a lo que sea; ya lo ha cercenado la censura decentemente; ya la empresa se ha convencido de que se puede representar y de que acaso es cosa buena. Se nos ha dicho que es de un autor muy conocido ya ventajosamente por obras literarias de un mérito incontestable. Deben desempeñar los principales papeles nuestra célebre señora Rodríguez y el señor Latorre.

Parte no menos activa tomó en la guerra fratricida que llenó de luto a las familias de España: no queremos recordar hechos que para bien de unos y otros quisiéramos ver borrados del universal libro de la Historia; consignemos solo que en los dos bandos diéronse pruebas de valor y hubo verdaderos héroes; como también hubo distinguidas heroínas en la provincia de Teruel; tal fue en Montalban Manuela Cirugeda, de veintidos años, hija de la misma villa, que sirvió en el sitio de esta como el nacional mas denodado, corriendo los puestos de mayor peligro, hasta del cansancio y las fatigas, se le originó una enfermedad, de que sanó en la sala de distinguidos del hospital de Zaragoza; tal fue, por último, la heroína de Monreal del Campo, Francisca Latorre, de cuarenta y un años, que mereció y obtuvo la Cruz de San Fernando por su heroico comportamiento.

Es un magistrado les había dicho Crespo un día ; un aragonés muy cabal, valiente, gran cazador, muy pundonoroso y gran aficionado de comedias; representa como Carlos Latorre. Sobre todo en el teatro antiguo es lo que hay que ver. Esto era todo lo que las tías sabían del novio que se les preparaba a escondidas.

Parecia un difunto que se tenia de pié. ¡Qué arte tan sábio es el amor! ¿Qué Rachel, qué actriz del mundo, hubiera corrido como corrió aquella mujer, hubiera dado aquel abrazo como aquella mujer lo dió, y hubiera arrancado á llorar como lloraba la infeliz campesina? ¿Ni qué Talma, ni que Latorre, hubiera bajado la cabeza, y dejado caer los brazos con la ruda y austera poesía con que lo hizo aquel pobre paleto? ¡Ah!

Consta de los documentos de esa época, que residieron en ella todos los célebres actores y actrices de los siglos XVII y XVIII, desde Agustín de Rojas y Alonso de Olmedo, hasta Manuel García Parra y Mariano Querol, y desde María Riquelme y María Calderón, hasta la Ladvenant y la Tirana, viviendo en las calles de las Huertas, Amor de Dios, San Juan, Santa María, Francos, Cantarranas y León; costumbre seguida por los actores y actrices modernos, hasta hace poco, como Rita Luna, Isidoro Máiquez, Guzmán, Latorre, Romea y otros.

Hace un momento ha llegado un viejo que tiene un bigotito blanco en forma de cepillo, que viste un pantalón a cuadritos negros y blancos, y se apoya en un bastón de color de avellana. Este viejo oye en silencio estas añoranzas del tiempo luengo, y dice después, dando golpes con el bastón, poniéndose los lentes con un gesto rápido: Yo les puedo asegurar a ustedes que en lo que toca a lo que yo he conocido algo, que es el teatro, no hay ahora actores como aquéllos... Será una ilusión mía, muy natural, dado que aquél fue el tiempo de mi juventud...; pero a se me antoja que realmente eran mejores. Sin contar los de primera fila: Romea, Latorre, Matilde Díez, Arjona, Catalina, Valero..., había muchos de segunda, que yo hoy, relativamente, no los encuentro; por ejemplo: Pizarroso, Oltra y Vega, que trabajaba en la compañía de Romea: el mismo hermano de Romea, Florencio, Luján, a quien yo vi debutar el año 1865 en el teatro del Recreo... Y como cantantes de zarzuela, no digamos. ¿Quién no se acuerda de Escriú? ¡Qué bien hacía! ¡Quién es el loco!... Y ahora que hablo de locos me acuerdo del pobre Tirso Obregón, que murió loco en su pueblo, Molina de Aragón. Creo que no he conocido un barítono de más bríos que el pobre Tirso; tenía también una arrogante presencia...