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Ha sido efecto de una fuerte impresión moral. Debió ser terrible observó el barón . ¿Y qué se la causó? Una palabra de vuestro rey Luis XIV. ¿Qué palabra? insistió el barón espantado. El célebre dicho contestó Rafael «YA NO HAY PIRINEOS». Con tanto como se hablaba en las tertulias acerca de la nueva cantatriz, se ignoraba un hecho significativo, que había ocurrido aquella misma noche.

Esta tibieza subió de punto cuando llegaron a oídos del severo y virtuoso anciano los rumores ya públicos de la protección que el duque daba a una cantatriz de teatro. Cuando María entró en la sala, la duquesa se levantó, con intención de darle gracias y despedirla por aquel día, en vista del respeto debido a las personas presentes.

No faltó a una sola representación y aun logró asistir a los ensayos. El duque consiguió de la primera cantatriz que la diese algunas lecciones, y después, del empresario, que la ajustase en su compañía. Pero el ajuste a que se prestó el empresario, fue en calidad de segunda; propuesta que fue arrogantemente desechada por ella.

Después llegó a sus oídos que aquella cantatriz que alborotaba a todo Madrid, era protegida de su marido; que este pasaba la vida en casa de aquella mujer. La duquesa lloró; pero dudando todavía. Después el duque llevó a Stein a su casa, para dar lecciones a su hijo, y luego quiso, como hemos dicho, que María las diese a su hija, preciosa criatura de once años de edad.

Entre los músicos de Italia se ha visto la misma precocidad. Cimarosa, hijo de un zapatero remendón, era autor a los diecinueve de La Baronesa de Stramba. A los ocho tocaba Paganini en el violín una sonata suya. El padre de Rossini tocaba el trombón en una compañía de cómicos ambulantes, en que la madre iba de cantatriz.

Todo se comenta en el café: los misterios de la Corte, la conducta del Gobierno y de las Cámaras, las manifestaciones de la prensa, las causas y sentencias ruidosas, los grandes escándalos, los sucesos internacionales y los triunfos gloriosos del literato y del torero, del orador y de la cantatriz.

Creo que la moral nació con la opinion de la mujer, y que es injusto sacrificar la mujer á la artista, cuando la mujer es la grande artista de la naturaleza. Si la mujer pudo entrar sola en el café, la cantatriz puede salir sola al teatro, porque ambos son hechos sociales que caen igualmente bajo la jurisdiccion de las opiniones.

Había en los acordes del salón no qué de vulgar y prosaico, de áspero y poco espiritual, que me desagradaba en extremo, no obstante mi ignorancia del arte musical. El canto era todavía peor. Una señorita Luisa, que estaba muy en boga como cantatriz indígena en aquellos días, hizo el gasto principal, en algunos solos, dúos y tercetos, que el público la estimuló á repetir.

Hay no qué de parsimonioso en la cantatriz ó el artista inglés, en lo general, que hace pensar, al través de la armonía, en las letras de cambio, los navios mercantes de las Indias Orientales y las fábricas de madapolanes. El pueblo británico es una sociedad de fuerza y grandeza sociales, que no se amalgaman bien con las delicadezas del arte y las inspiraciones fantásticas de la poesía.

Con esto se hallaba ya reunida toda la tertulia y todos aguardaban con impaciencia a la cantatriz anunciada, no sin grandes dudas acerca de su mérito. El mayor Fly se contoneaba en su silla, cerca de las jóvenes, distribuyéndolas miradas tan homicidas como los botonazos de su florete. Sir John tenía fijo su lente en Rita, la cual no lo notaba.