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Brillante ejemplo del primer caso presta el pedazo de papiro señalado con el número 531, donde se lee un coro del Orestes de Eurípides, con la música con que se cantaba, y también con la música instrumental del acompañamiento. Este papiro es casi contemporáneo del nacimiento de Jesucristo: debe de tener mil novecientos años de antigüedad. Yo no en qué consiste, ni me parece que el Sr.

Hubiérase dicho que no era el maestro el que entraba en la clase, sino Fígaro mismo, al cual sólo le faltaba la navaja y el platillo del barbero. Don Josef, en cambio, era un Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los hombros.

Transida el alma de dolor por el trágico fin de Urbási y por la mortífera lucha que había sostenido, Morsamor huyó de la India, como para librarse de los malos espíritus que le acosaban y le atormentaban. Como Orestes, perseguido por las Furias, caminaba Morsamor sin saber casi hacia dónde caminaba. Confiado en él y en su ventura, le seguía su valiente tropa.

Así, cuando Orestes llegó a la casa de su antiguo Pílades, llevaba su alma en tal estado que sin abusar de la metáfora puede decirse que rugía en ella una tempestad furiosa. Sacudió violentamente el cordón de la campanilla, sin fijarse en el hecho de que la pata de liebre de la calle de San Nicolás se había trocado en pata de ganso.

Eran, digámoslo así, Damón y Pithias tonsurados, Orestes y Pílades con cerquillo. No pasaron ciertamente por frailes de gran ciencia, ni lucieron sermones gerundianos, ni alcanzaron sindicato, procuración o pingüe capellanía, y ni siquiera dieron que hablar a la murmuración con un escándalo callejero o una querella capitular.

"Ya sabemos lo que son esos héroes tiesos, acartonados, de las tragedias clásicas: siempre los mismos. No se concibe el amor á la libertad sin Bruto, ni el odio al imperio sin Cinna. ¿Cómo puede haber pasión sin Fedra, y fatalidad sin Edipo, y parricidio sin Orestes y rebelión sin Prometeo, y amor á la independencia sin Persas?

Sólo te quiero enseñar antes de volverte a llevar donde te he encontrado, concluyó Asmodeo, una casa donde dicen especialmente que no las hay este año. Quiero desencantarte. Al decir esto pasábamos por el teatro. Mira allí me dijo a un autor de comedia. Dice que es un gran poeta. Está muy persuadido de que ha escrito los sentimientos de Orestes, y de Nerón, y de Otelo... ¡Infeliz! ¿Pero qué mucho?

Así es que hay pocos manuscritos latinos y casi todos de asuntos militares. Es de lamentar que entre tanto manuscrito del largo, del milenario período greco-latino, apenas se haya descubierto nada que tenga valor estético, salvo el pedazo del coro de Orestes, con su música.

Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había comparado en la amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y Pílades y Orestes; y si esto es así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros.

Así Minerva ahuyenta a las Furias y devuelve a Orestes la paz del alma, y así Prometeo es libertado y salvado por el hijo mismo del dios que tan horriblemente le castigaba. Hace ya tiempo que escribí un artículo dando cuenta al público español de las novelitas llamadas Academias, que ha escrito el literato uruguayo D. Carlos Reyles.