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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Cristián, por otra parte, tenía un interés capital en no agriar sus relaciones con Sorege. Tomó, pues, un tono jovial y respondió: Perfectamente. Veo que eres el mismo de siempre; muy avisado y cauto en cuanto haces. En el tiempo en que vivimos, no es ciertamente mala cualidad. Trato de razonar un poco.

Cuando supo que el elegido era el conde de Sorege, bromeó diciendo: Son tal para cual... ¡Un hipócrita con una desvergonzada! ¡Qué dichoso cruzamiento! En los días en que Tragomer y Marenval estaban preparando su viaje, fueron invitados á comer en casa de la señora de Weller y se encontraron allí con Harvey, su hija y su futuro yerno.

La joven se levantó ligeramente de su sillón y replicó: Señor conde, se lo diré á usted cuando me haya explicado por qué dejó condenar, sin defenderle, á su amigo Jacobo de Freneuse... Sorege hizo un gesto desdeñoso. ¡Ah! ¿Volvemos á eso? Pues pregúnteselo usted á el mismo.

La encontraba encantadora y observé que un personaje misterioso ocupaba el sitio que yo ambicionaba. Quise saber á qué atenerme y ver el partido que podría sacar. Prontamente me convencí. Sorege, con los ojos cerrados, fumaba sonriendo. La cosa es muy sencilla... Hemos sido rivales durante veinticuatro horas.

Mi pobre cabeza se ha debilitado mucho con la soledad y con la pena, lo que, seguramente, me habrá hecho olvidar muchos detalles. Pero lo absolutamente cierto es que el señor de Sorege no era un amigo sincero del señorito Jacobo, al que envidiaba y que el día en que le vió perdido aparentó querer salvarle porque estaba seguro de no lograrlo. El viejo se calló.

No he sido la única culpable, pero si sola para sufrir la expiación. ¿Tenías cómplices? Uno solo. ¿Sorege? . ¡El miserable! ¿Y por qué quiso perderme? Porque me amaba. Jacobo se quedó inmóvil, silencioso, respirando apenas, tan oprimido estaba por la angustia de aquel momento solemne. Por fin preguntó: ¿Pero , por qué te prestaste á su infamia? ¿Por qué contribuíste á perderme?

Sorege hizo un ademán tan amenazador, que Tragomer se puso delante de Jacobo. Estaban cuatro al rededor de él y toda esperanza de escapar era ilusoria. ¡Miserables! exclamó, abusáis de la fuerza y del número para secuestrarme... ¡Vamos allá! amigo, dijo Marenval; usted se burla.

He sospechado un instante que Sorege había preparado esta encerrona para cogerme... Pero no; estaba tan violento como yo... Todo ha sido casual... En todo caso pienso, en un momento dado, sacar partido de la entrevista. Miss Harvey no permanecería indiferente á nuestros esfuerzos en favor de Freneuse.

Le indicó un asiento enfrente de ella, dejó la labor sobre la mesa y cerró la ventana. El sol empieza á nublarse, dijo, y hace fresco. Esta primavera inglesa es glacial. ¿Hace mejor tiempo en América? ¡Oh! En América todo es mejor. Las estaciones no engañan, ni los hombres. Sorege levantó la cabeza. La alusión era directa; el ataque comenzaba y había que responder inmediatamente.

No importaba que América fuese muy grande; para Tragomer, bastaba que Sorege hubiese atravesado el Océano, para que su presencia en San Francisco fuese indiscutible. No había otro francés que hubiese podido pronunciar su nombre en tales circunstancias. Pero aquí se detenían las deducciones de Cristián.

Palabra del Dia

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