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Actualizado: 2 de junio de 2025


La gradería de madera que conducía allí por la cual nos precipitábamos alegres; las plantas de lechugas que separaban las primeras propiedades de tierra que nos repartíamos entre todos los hermanos, y que cada uno cultivaba por su cuenta; el plátano bajo cuya sombra mi padre se sentaba rodeado de sus fieles perros de caza; los árboles bajo cuya fresca sombra mi madre rezaba el rosario mientras nosotros corríamos tras las mariposas; la pared que da frente al Mediodía, junto a la cual tomábamos el sol alineados como árboles de cercado; los dos viejos nogales, las tres lilas, las fresas coloreando por entre las hojas, las peras, las ciruelas, los melocotones glutinosos y brillantes con su goma dorada por el rocío de la mañana; el emparrado, que buscaba yo al mediodía para leer tranquilamente mis libros, con el recuerdo que dejaron en aquellas páginas leídas entre continuas impresiones y la memoria de las conversaciones íntimas tenidas entre este o aquel árbol; el sitio donde , y algunas veces di, mil adioses de despedida al abandonar aquellas soledades; el otro en el que nos encontramos al regreso, o que ocurrieron alguna de aquellas escenas tristes propias del drama conmovedor y tierno de la familia, donde vimos nublarse el rostro descarnado de nuestro padre y el de nuestra madre que nos perdonaba cuando arrodillados a sus pies escondíamos el nuestro entre los pliegues de su ropa; donde mi madre recibió la noticia de la muerte de una hija a quien amaba; y donde alzó los ojos al cielo pidiendo resignación... Estas ternezas, estas felicidades, estas imágenes, estos grupos, y, en fin, estas figuras, existen, andan, viven aún para en aquel pequeño cercado, vivificando mis días más felices.

Su conducta anterior respecto a la madre común se les aparecía de pronto como una injusticia y experimentaban vivos deseos de rectificarla. ¿Vamos a encerrarnos en el Casino en un día como éste? exclamaban . No, nunca. Sería una verdadera vergüenza... Pero después de almorzar, el cielo comenzaba a nublarse. Malas lenguas afirman que era el Casino quien preparaba los nublados.

Á la conclusión de éste, sin embargo, comienza á nublarse algún tanto el brillo y la gloria del pueblo español, que tan esplendentes fueron en el reinado de los Reyes Católicos y del emperador Carlos V. Felipe II fué el primero de aquella larga serie de monarcas, que disminuyeron el bienestar de sus súbditos con su política estrecha y absurda.

Lejos nuevamente de la escupidera volvió a salivar sobre la alfombra con cierto goce malicioso, que a pesar de su máscara indiferente y bonachona se le traslucía en la cara. Calderón tornó igualmente a nublarse y fruncirse hasta que, resolviéndose a saltar por encima de ciertos miramientos sociales, le acercó otra vez la escupidera sin tanto valor como antes, pues lo hizo con el pie.

Por esa influencia magnética que los ojos poseen y que todos han podido comprobar, nuestra dama no tardo mucho tiempo en volver los suyos hacia el sitio donde el joven vibraba rayos de admiración apasionada. Tornó a nublarse su rostro; volvió a advertirse en sus labios un movimiento de impaciencia, como si el pobre chico la injuriase con su adoración.

Laura miró otra vez á la mancha del brazo y otra vez levantó la vista hacia las altas montañas del horizonte. El odio y la ira que habían enturbiado sus claras pupilas se fueron disolviendo y tornaron á aparecer en ellas las purezas y hermosuras del fondo. No tardaron en nublarse de lágrimas y aun en dar paso á un torrente de ellas que le abrasaron las mejillas, refrescándole el alma.

Yo estaba despierto; el sueño huía ante los negros pensamientos que me dominaban. No obstante, a media noche sentí nublarse mis ojos y aletargarse mi cabeza que después de luchar un instante con el sueño dejé caer sobre el borde del lecho de mi amada.

Gotas de sudor empezaban á brotar de su descarnada frente, pero ninguno lo notaba, vivamente distraidos y emocionados como estaban. ¿Y cómo fué la trama que contra urdieron los sacerdotes de tu país? preguntó Mr. Leeds. La cabeza lanzó un gemido doloroso como salido del fondo del corazon y los espectadores vieron sus ojos, aquellos ojos de fuego, nublarse y llenarse de lágrimas.

Le indicó un asiento enfrente de ella, dejó la labor sobre la mesa y cerró la ventana. El sol empieza á nublarse, dijo, y hace fresco. Esta primavera inglesa es glacial. ¿Hace mejor tiempo en América? ¡Oh! En América todo es mejor. Las estaciones no engañan, ni los hombres. Sorege levantó la cabeza. La alusión era directa; el ataque comenzaba y había que responder inmediatamente.

Palabra del Dia

rigoleto

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