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Guióme entonces el cura a un pequeño comedor, en el que también ardía un agradable fuego, y allí nos acompañó al preceptor y a mientras que tomábamos una merienda frugal, pues no quise privarme del placer de hacer los honores a la tradicional cena de Navidad. Después, dejándome reposar un rato, salió con el preceptor a preparar en la iglesia todo lo necesario para el oficio.

Quizá por esto Joaquinita, mientras tomábamos el chocolate a la mesa del conde, se acercó a ella con fisonomía atribulada para decirle medio llorando: ¡Ay, hija, cuánto la compadezco a usted en este momento! ¡Qué triste debe de ser casarse sin tener junto a a una madre!

De todo lo que recibíamos de Ronda, peros, piñonate y alfajores, le mandábamos a Pura una buena parte. Pues ellos cumplían con una bandejita de dulces el día de San Antonio, y alguna cursilería de bazar en mi cumpleaños. D. Carlos era tan gorrón, que casi todos los días se dejaba caer en casa a la hora a que tomábamos café... ¡y cómo se relamía!

Los vascos, por disposición del capitán, comíamos solos. Zaldumbide nos regalaba fiambres y postres para tenernos contentos. Todos los días tomábamos un café muy fuerte, que hacía Arraitz, un compañero nuestro, y una copa de ron. La vida material era buena; comíamos bien, teníamos tabaco; los días de mal tiempo nos encerrábamos en la cámara a hablar y a jugar.

Conocí que su consejo era bueno, y en el correr de la conversación, mientras tomábamos un piccolo en casa de Giacoso, me indicó que debía ocupar a un tal Carlini, hombre muy astuto aunque viejo y feo, quien se había encargado algunas veces de ciertas investigaciones privadas del consulado inglés. Una hora después el viejo se presentaba en el Saboya.

Pero yo no me fijé siquiera en la dirección que tomábamos, porque me sentía repleto del señor de aquella torre, por su saber, por su bondad, por su talento y por sus «cosas» tan singulares y tan nuevas para , y no tenía otro deseo que el de verme a solas con Neluco para acosarle a preguntas y saber más y más de todo aquello.

Y teniendo esto presente, ni él ni yo podíamos desconocer que había en aquella patriarcal unión, por las condiciones esenciales de ella, un riesgo gravísimo en que indefectiblemente habíamos de caer nosotros. Si tomábamos el trance por lo serio, con todo su formulario de procedimientos ejemplares y virtuosos, el hastío era inevitable.

A los postres tenía las mejillas encendidas; los ojos, aquellos ojos incomparables, brillaban con fuego dulce y malicioso. Crean ustedes que mi mujer estaba guapísima en tales momentos. Tomábamos un coche y nos íbamos de paseo al Retiro. No quisiera marcharme de aquí me decía alguna vez . ¡Qué feliz soy! ¿Más que en el convento? le preguntaba riendo.

Tocamos en la roca donde Guillermo Tell puso el pié para escaparse de la barca de Gessler, y visitamos la capilla que apénas habíamos mirado de paso cuando íbamos á bordo del vapor. Cuarenta minutos despues llegábamos al puerto de Brunnen, y tomábamos un coche que debia llevarnos por la via de Schwyz á Goldau, al pié del monte Rigi.

Marta se ruborizó hasta la raíz de los cabellos, pero yo le tomé la mano a hurtadillas por debajo de la mesa, diciéndome: ¡Ya sabemos lo que nos hace tan felices! Al día siguiente por la mañana, cuando tomábamos nuestro café, papá entró con una carta abierta en la mano. Una ave forastera viene a albergarse en nuestro nido dijo riéndose. ¡Adivinen cómo se llama!