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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Una noche de la última semana, tomábamos el fresco en la azotea; la señorita Helouin á quien en aquel día había precisamente tenido ocasión de prestar algunas atenciones particulares, tomó ligeramente mi brazo y al mismo tiempo que mordía con sus pequeños y blancos dientes un ramito de azahares: Es usted muy bueno, señor Máximo me dijo con voz un poco conmovida... Trato de serlo al menos.
La Mezquita-catedral. Curiosidades. De Córdoba a Baylen; Andujar. Eran las siete de la mañana cuando tomábamos el tren del reciente ferrocarril que pone en comunicacion a Córdoba con Sevilla. Por primera vez se iba á ensayar el trayecto comprendido entre la pequeña ciudad de Lora, no muy lejana de Sevilla, y Córdoba.
La gradería de madera que conducía allí por la cual nos precipitábamos alegres; las plantas de lechugas que separaban las primeras propiedades de tierra que nos repartíamos entre todos los hermanos, y que cada uno cultivaba por su cuenta; el plátano bajo cuya sombra mi padre se sentaba rodeado de sus fieles perros de caza; los árboles bajo cuya fresca sombra mi madre rezaba el rosario mientras nosotros corríamos tras las mariposas; la pared que da frente al Mediodía, junto a la cual tomábamos el sol alineados como árboles de cercado; los dos viejos nogales, las tres lilas, las fresas coloreando por entre las hojas, las peras, las ciruelas, los melocotones glutinosos y brillantes con su goma dorada por el rocío de la mañana; el emparrado, que buscaba yo al mediodía para leer tranquilamente mis libros, con el recuerdo que dejaron en mí aquellas páginas leídas entre continuas impresiones y la memoria de las conversaciones íntimas tenidas entre este o aquel árbol; el sitio donde oí, y algunas veces di, mil adioses de despedida al abandonar aquellas soledades; el otro en el que nos encontramos al regreso, o que ocurrieron alguna de aquellas escenas tristes propias del drama conmovedor y tierno de la familia, donde vimos nublarse el rostro descarnado de nuestro padre y el de nuestra madre que nos perdonaba cuando arrodillados a sus pies escondíamos el nuestro entre los pliegues de su ropa; donde mi madre recibió la noticia de la muerte de una hija a quien amaba; y donde alzó los ojos al cielo pidiendo resignación... Estas ternezas, estas felicidades, estas imágenes, estos grupos, y, en fin, estas figuras, existen, andan, viven aún para mí en aquel pequeño cercado, vivificando mis días más felices.
A este acto imponente siguió otro que no lo era menos: la recomendación del alma, leída en voz clamorosa por don Sabas, con los consiguientes rezos en que todos tomábamos parte.
Palabra del Dia
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