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Actualizado: 4 de julio de 2025
La cojita echó en el cortadillo una cantidad, así como un dedo, inclinando la botella con extraordinario pulso para que no saliera más de lo conveniente; y al dárselo a la presa, le repitió el sermón. ¡Y cómo se relamía la otra después de beber, y qué bien le supo! Conocía muy bien al galapaguito para atreverse a pedir más.
Una sola frase suya probará su inmenso saber en esa historia viva que se aprende con los ojos: «Vi a José I como le estoy viendo a usted ahora». Y parecía que se relamía de gusto cuando le preguntaban: «¿Vio usted al duque de Angulema, a lord Wellington?...». «Pues ya lo creo». Su contestación era siempre la misma: «Como le estoy viendo a usted». Hasta llegaba a incomodarse cuando se le interrogaba en tono dubitativo. «¡Que si vi entrar a María Cristina!... Hombre, si eso es de ayer...». Para completar su erudición ocular, hablaba del aspecto que presentaba Madrid el 1.º de Septiembre de 1840, como si fuera cosa de la semana pasada.
Mi Chermidy, simple como un remo, no adivinó que sería él quien pagaría el menú. Según los relatos oficiales, se relamía los labios y se prometía escuchar atentamente las comedias con que se acostumbra sazonar un festín chino. »Desembarcó con el cónsul y cuatro hombres de escolta, bajo una lluvia persistente. Ya comprenderá usted que no olvidaría su uniforme de gala.
Por eso ahora, contemplando a Gonzalo, se relamía de gozo, se estremecía de anhelo, como el tigre que divisa la presa. Aprovechando un instante en que nadie hablaba con él, se fué hacia él muy quedo y por detrás. Y poniéndose repentinamente delante, escupió más que dijo estas palabras: Gonzalo, ¿cómo eres tan borrico? Estás siendo la burla y la risa de todo el mundo.
De todo lo que recibíamos de Ronda, peros, piñonate y alfajores, le mandábamos a Pura una buena parte. Pues ellos cumplían con una bandejita de dulces el día de San Antonio, y alguna cursilería de bazar en mi cumpleaños. D. Carlos era tan gorrón, que casi todos los días se dejaba caer en casa a la hora a que tomábamos café... ¡y cómo se relamía!
Mauricia apretaba los dientes; pero al fin, debió darle en la nariz el olorcillo, porque abriendo la bocaza, se lo atizó de un trago. ¡Cómo se relamía la infeliz! Se calmó y ¡pum!, la cabeza en la almohada.
En cambio, vieron un gato, el horrible gato blanco con manchas rojizas, que se relamía con placer los labios ensangrentados. ¡Maldición! exclamó el marqués, señalando al animal. Todo el mundo comprendió el gesto y la exclamación. ¿Será tiempo todavía? preguntó el notario. Tal vez contestó el médico. Y todos corrieron hacia el gato.
Se relamía pensando que iba a verla otra vez, que iba a entrar con un vaso de agua. Pero el agua la trajo una verdadera fregona. Hasta el día siguiente no supo Nepomuceno que su dulce tormento era Marta en persona; le dio a Sebastián señas de la divinidad, y... era Marta.
Palabra del Dia
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