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Entonces Luz se ofreció a su deseo como creación maravillosa en que él había puesto hueso de sus huesos y sangre de su sangre, hasta convertirla en el compendio de las dichas humanas. ¿Por qué no había de pertenecerle? ¿Habrían de vivir eternamente juntos y separados a la vez, como la cortesana y el esclavo? ¿Qué ley cruel lo disponía? ¿Quién la escribió?

Como la iglesia estaba aún a medio hacer, el culto se celebraba en la capilla provisional, que era una gran crujía baja, a la izquierda de la puerta. En el arreglo de esta crujía para convertirla en templo interino, manifestábase el buen deseo, la pulcritud y la inocencia artística de las excelentes señoras que componían la comunidad.

Tapón, inexorable, resolvió convertirla en ministro de sus venganzas; cogió un fino papel de seda, escribió en él: «¡Muera el padre Bonnet!», y retorciéndole muy bien una puntita, clavólo por detrás a la prisionera. Abrió luego la mano y la mosca echó a volar, arrastrando la larga cola, a modo de ave del paraíso.

»¡Y dejará esta vida y se eclipsará sin haberme pertenecido! ¡Y el día del Juicio, el arcángel que ha de llamar a Magdalena para convertirla en un serafín como él no le dará mi nombre!... »¡Desventurada Magdalena! Ya va viendo acercarse a su ocaso el sol de su existencia y empiezan a asaltarla tristes presentimientos.

Miguel sospechó que no tenía ganas de ser su tutor: lejos de disgustarle esta sospecha, le causó verdadera alegría y se propuso verificarla pronto, y aun poner todos los medios por convertirla en realidad. Una mañana salió de su casa en dirección a la de su tío, dispuesto a tener con él una conferencia y resolver de una vez el problema de la gestión de sus intereses.

Aceptolo así; y con ando a esta idea todos los entusiasmos que cabían en su alma virgen, llegó a convertirla en culto fervoroso y apasionado. Esto podría tener sus puntas de romántico y sus lados de inocente; pero así era la verdad, y verdad muy agradable para él. Tenía ciega fe en que había de hallar a Luz algún día, y en que, después de hallada, no había de desconocerle.

Entonces él, encargado de velar por el gobierno y el partido, había llamado al alcalde a su despacho y le había dicho: «Amigo mío...» Aquí una tirada de observaciones que D. Peregrín, cada vez que la repetía, iba haciendo más enérgica, hasta convertirla en severísima filípica.

Yo cogí la ocasión por el cabello y le dije: «Tienes mucha razón, amigo mío. Pero la sustituta de Gertrudis está llena de buena voluntad, y si tomamos otra sería tan ignorante o tal vez menos dispuesta que ésta. Conservemos y enseñemos a esta idiota que tenemos. Yo me encargo de convertirla en una cocinera modelo.

JULIA. ¡Comprendido...! Usted tiene un marido que se interesa por las artes aplicadas y que desearía convertirla en una artesana... DORA. ¡No! Estoy aquí sin que lo sepa. Querría darle una sorpresa, ¿me entiende? Se trata de una de esas gestiones que una no se atreve a confesar a su prometido, y todavía menos a su esposo, aunque éste sea tan americano como usted y como yo.

Que nadie le tocase su huerto de Alcira. Y no es que amase gran cosa una finca que sólo veía una o dos veces por año. Deseaba convertirla pronto en dinero; pero los ocho mil duros limpios que pensaba sacar de ella eran la base de su porvenir, la realización de sus ilusiones, el medio de establecerse y convertir a Tónica en dueña de una gran tienda de telas.