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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Al igual que Swammerdam, Bonnet y tantos otros sabios ilustres de sentimientos religiosos, teme que, explicando demasiado la Naturaleza, se perjudique á Dios. Timidez no muy razonable.

Creyóle dormido el padre Bonnet y separóle las manos del rostro: vio entonces su frente arrebatada, sus ojos brillantes extraviados, y palpó sus manos ardorosas. ¿Qué es eso, hijo?... ¿Estás malo?... ¿Tienes calentura?... No..., no..., no tengo nada replicó el niño con forzada sonrisa. Y arrancándose bruscamente de las manos del padre, echó a correr hacia la clase.

Satisfecho de su hallazgo, mostrólo a sus dos vecinos; una mano aleve avanzó entonces por detrás y arrancóle de las suyas la obra maestra. ¡Santo Dios!... Volvióse Tapón asustado y encontróse frente a frente con el padre Bonnet. ¡Bonita ocasión para presentarle su petición de indulto!... ¿Así prepara usted la clase, señor de... Tapón? dijo el ministro de la justicia con voz formidable.

Puso manos a la obra, y en menos de diez minutos revoloteaban por el estudio más de una docena de moscas, llevando de una a otra parte el grito subversivo de «¡Muera el padre Bonnet!». La sedición prendió al punto por el amplio recinto, encontrando por todas partes imitadores y aun reformistas; uno puso en rojos papelitos «¡Viva la libertad!», otro se adelantó a poner «¡Abajo los jesuitas!», y un tercero, hijo de un emigrado, destrozó una caja de bombones para estampar en ligero papel azul el grito retrógrado de «¡Viva Carlos VII!»...

Tapón, inexorable, resolvió convertirla en ministro de sus venganzas; cogió un fino papel de seda, escribió en él: «¡Muera el padre Bonnet!», y retorciéndole muy bien una puntita, clavólo por detrás a la prisionera. Abrió luego la mano y la mosca echó a volar, arrastrando la larga cola, a modo de ave del paraíso.

El padre Bonnet, inspector en el estudio, mirábale desde lo alto de la tribuna, asombrado de tanta laboriosidad, creyendo tener ante los ojos la conversión de san Agustín o el trueque de Saulo en Pablo.

Rióse este al verla, y extendiendo la mano prontamente, cogióla por el papel; la mosca echó a volar dejando su molesto apéndice en manos del niño, y la pobre criatura, alborozada con la presa, púsose a leer el contenido de la misiva... Mas su gozo desapareció de repente, tornándose lívido al descifrarla, dando una media vuelta en el asiento cual si le hubiesen aplicado un hierro candente, fijando una mirada de odio feroz, de rabia pronta a desbordarse en el inofensivo Tapón, que muy alborozado, lanzaba al aire en aquel momento su decimosexto clamor de «¡Muera el padre Bonnet!». A espaldas de ambos seguía el malayo con maligna curiosidad aquella muda escena, que tenía a la vez mucho de infantil y de terrible.

En una de sus rondas tropezóse el padre Bonnet con Paco Luján, sentado a la turca en uno de los grupos más numerosos; parecióle el niño preocupado y taciturno, y observó ante él su plato vacío, y puesta sobre la servilleta su parte de pan intacta. Uno de sus compañeros denunciólo al punto, gritando: Padre... Luján no come...

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