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Y pálido y trémulo, se aproximó y puso sus labios en la frente de la criatura, mientras la dama le contemplaba con sonrisa provocativa y triunfal. La cita. Esta fue la tercera noche en que el conde de Onís apenas pudo cerrar los ojos. Nada más natural que en las dos anteriores estuviese agitado, calenturiento; pero ahora, ¿por qué? Todo se había resuelto como apetecía.

Era mi estado como el de un calenturiento con pesadilla. Al amanecer, a misa del alma. ¿Quiénes? Todos querían ir a oírla; pero no se lo consentimos a muchos que hacían falta en la casa, y particularmente a Mari Pepa, que se hubiera visto muy mal para acompañarnos.

Roncaba el ama de llaves, roncaba don Silvestre, roncaban los criados y el gato y el perro; silbaba el viento, bramaba la cellisca contra las inseguras ventanas, y más que visión placentera, parecía aquel cuadro escena de conjuro, ó ensueño de calenturiento. ¡Entonces que pensó en su gabinete de Madrid y en los salones del mundo y en el teatro de la ópera!...

Flores gigantescas dan vueltas, como las imágenes luminosas del sueño calenturiento; y torres fabricadas con arena de estrellas destácanse imponentes, hasta que un soplo las destruye, cual si fueran ilusiones, y todo queda más obscuro que antes. Una ráfaga luminosa flota en el negro espacio, última chispa de la pólvora moribunda, que sonríe al espirar.

Oía mugidos de toros, y uno de estos animales salía de detrás de la cruz y echaba a los pies del calenturiento su pobre perro, privado de la vida. La cruz misma se le acercaba vacilante, como si fuera a caer, y abrumarle bajo su peso. ¡Todo se movía y giraba en rededor del infeliz!

Se le ve arder calenturiento y agitado por súbitas y precipitadas exhalaciones, mientras toda su inmensa extensión permanece obscura y helada. Aquella luz impresionó la mente de Clara de un modo muy extraño. Lejos de infundirle temor, le pareció ver allí alguna cosa interna, más profunda que el profundo cielo, que parecía estar abierto por aquel punto.

Al volver la esquina, miráronse ambos en silencio, cual si el exceso de su espanto les paralizara las lenguas... El coche había desaparecido, y ni por una ni por otra parte del paseo se divisaba a lo lejos. ¿Le habías ya pagado? preguntó Jacobo estupefacto. Y ella, pegándose a él con el temblor de un calenturiento, contestóle muy bajo: No..., no le había pagado.

Los meditabundos y sublimes modistos de la rue de la Paix contaban con ella para lanzar en las grandes solemnidades de la vida parisién sus innovaciones de artista calenturiento.

Ataide exclama, cuidadoso, mas sereno: ¡el leon en montería, el feroz divertimiento que da á su doliente Leila Aben Jucef el soberbio! ¿Mas por qué de las bocinas no se percibe el acento, ni los ardientes lelíes de los ágiles monteros, ni acorralando á la fiera el ladrido de los perros? ¿Por qué esos rugidos suenan solitarios y siniestros, y la vega los repite cual los repite el Desierto cuando su rey vaga errante de hambre y sed calenturiento.

Presentación no tenía ojos más que para observar la presidencia, los diputados, y muy principalmente al que hablaba; las tribunas, los ujieres, el dosel, el retrato del rey; ni tenía alma más que para atender a aquellos indefinibles bullicios, propios de todo cuerpo deliberante, y que son como el aliento de la pasión que allí por tan diferentes órganos habla, del noble entusiasmo, del vil egoísmo; el sordo mugir de las mil ideas, siempre desacordes, que hierven dentro de ese cerebro calenturiento que se llama salón de sesiones.