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Actualizado: 1 de julio de 2025


El telar estaba allí, y el tejido y el dibujo creciente de la tela; pero el brillante tesoro del escondite ya no estaba bajo sus pies; la perspectiva de palparlo y de contarlo no existía ya; la noche no tenía ya sus visiones de delicias para calmar los deseos ardientes de aquella pobre alma.

No sólo dejan flotando sobre la espalda su cabellera angelical, sino que se despojan del reloj, de las pulseras y sortijas que entregan a su papá, colgándose antes de su cuello para hacerle mil caricias como niñas sencillas y apasionadas que eran; hecho lo cual y al observar que algunos dignos oficiales del batallón de Pontevedra las contemplan, huyen ruborizadas y confusas, se recogen las enaguas con alfileres hasta dejar descubierto el pie y parte de la pierna, y en la inocencia de su corazón huyen, huyen siempre por el bosque adelante, esquivando como las ninfas de Diana las miradas ardientes de la oficialidad.

Canterac estaba rígido, con rostro grave pero inexpresivo, lo mismo que un soldado que espera la voz de mando. Pirovani tenía los ojos ardientes, miraba con agresividad, parecía furioso. Cuando se acercó Moreno con una pistola para entregársela, le dijo en voz baja: Va usted á ver como lo mato. Me lo avisa el corazón.

Don Juan gozaba de un bienestar completo; se adormía en las ardientes ilusiones de su pensamiento; abrasaba con deleite su alma en aquel amor afortunado. ¡Suya doña Clara! ¡Su mujer doña Clara! ¡Doña Clara la madre de sus hijos, el dorado rayo del sol de su casa, su compañera de por vida! Don Juan se creía soñando, y cuando se convencía de que no soñaba, moría de impaciencia.

Pero Atilio repelió su mano sin volver la vista y siguió escuchando. Novoa hablaba ahora de las aguas ardientes condensadas en la atmósfera primitiva del globo, que se habían precipitado sobre su corteza en formación, disolviendo ó arrastrando cuanto encontraban en esta superficie acabada de nacer.

Se me figura un dulce sueño. Pero ¿por qué no dices nada? Pareces inquieta; tu corazón late presuroso. Di, querida mía, ¿qué tienes? ELSA. Nada. Pero el sol de hoy era tan triste... ENRIQUE. Ya se ha puesto. ELSA. , se ha puesto; no está ya en el cielo, y estás aquí, junto a . Pero no, no eres ; es tu espectro de los labios ardientes y la mirada luminosa. ELSA. ¡Es el duque que llega!

Después de todos los elementos de felicidad de que hemos hablado te enamoras; la mujer que es objeto de tu amor te corresponde; vas a casarte y al satisfacer los ardientes deseos de tu corazón, te encuentras con que el ángel de tus sueños no viene a ti con las manos vacías... Esta frase causó una mordedura en el amor propio de Tristán.

Precisamente así que perdió su tranquilidad, la mujer del manto con el niño al lado volvió á aparecérsele. Tenía los ojos más redondos y más ardientes que antes. Su cara era más enjuta y cobriza, como si estuviese tostada por las llamas del Purgatorio. Y el niño.... ¡ay, el niño! El gaucho no podía mirarle sin un estremecimiento de terror.

Las sienes me palpitaban, me sentía cada vez más embriagada por las imágenes que me representaba y me figuraba su continuación; lo veía caer de rodillas delante de ella, y, con miradas ardientes, balbucir juramentos apasionados de amor y de fidelidad. Me sabía de memoria lo que él le decía en ese momento, y no menos bien lo que ella le contestaba: habría podido soplarle las palabras.

¡Injuria, no! pudorosa dijo Leila, en su bravura aumentando su hermosura hasta hacerla portentosa. ¡Injuria! ¡Dios me maldiga si yo te ofendí, señor; que con espanto y horror su maldicion me persiga! Y demudado el semblante, deslumbradores los ojos, ardientes los labios rojos, alto el seno palpitante, trasportada, poderosa, más y más resplandeciente, alzaba su pura frente de candor esplendorosa.

Palabra del Dia

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