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Don Juan gozaba de un bienestar completo; se adormía en las ardientes ilusiones de su pensamiento; abrasaba con deleite su alma en aquel amor afortunado. ¡Suya doña Clara! ¡Su mujer doña Clara! ¡Doña Clara la madre de sus hijos, el dorado rayo del sol de su casa, su compañera de por vida! Don Juan se creía soñando, y cuando se convencía de que no soñaba, moría de impaciencia.

Incomprensible apatía le inundaba: una inconsciencia, una vaguedad de emoción, comparables al comienzo de la embriaguez. Su razón meditaba sin comprender. La frescura de la noche hacíale sonreír. Abajo, profundamente, los altozanos ondulaban con color fosco de acero. El convento de la Encarnación, con sus tristes paredes pálidas, adormía en la noche su sosiego santo.

Y era porque su mente se adormia Sobre la almohada de la eterna , Y era que el desterrado sonreia Al estampar sobre su patria el pié. Y al apagarse en su fulgor naciente La purísima aurora de su edad, Brilló sobre su tumba, refulgente, La aurora de la inmensa eternidad.

El náufrago, acostumbrado antes á la tempestad, sostenido por su débil esquife, se adormía al bramar de las olas, le era indiferente que éstas le llevasen acá ó allá, estaba seguro de que un día le tragaría el mar, y estaba resignado.