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Actualizado: 15 de junio de 2025


Frígilis prefería mojarse a campo raso, y arrastraba consigo a Quintanar lejos de Vetusta, cerca del mar, a las praderas y marismas solitarias de Palomares y Roca Tajada, donde fatigaban el monte y la llanura, persiguiendo perdices y chochas en lo espeso de los altozanos nemorosos; y en las planicies escuetas, melancólicos y quejumbrosos alcaravanes, nubes de estorninos, tordos de agua, patos marinos, y bandadas obscuras de peguetas diligentes.

A lo lejos una torrentera rojiza rasga los montes; la torrentera se ensancha y forma un barranco; el barranco se abre y forma una amena cañada. Refulge en la campiña el sol de Agosto. Resalta, al frente, en el azul intenso, el perfil hosco de las Lometas; los altozanos hinchan sus lomos; bajan las laderas en suave enarcadura hasta las viñas.

Incomprensible apatía le inundaba: una inconsciencia, una vaguedad de emoción, comparables al comienzo de la embriaguez. Su razón meditaba sin comprender. La frescura de la noche hacíale sonreír. Abajo, profundamente, los altozanos ondulaban con color fosco de acero. El convento de la Encarnación, con sus tristes paredes pálidas, adormía en la noche su sosiego santo.

El entusiasmo que la joven sentía era como los encantos de una moda que empieza. Iban, pues, los dos amantes, como he dicho, por aquellos altozanos de Vallehermoso, ya entre tejares, ya por veredas trazadas en un campo de cebada, y al fin se cansaron de tanta charla religiosa. A Rubín se le acabó su saber de liturgia, y a Fortunata le empezaba a molestar un pie, a causa de la apretura de la bota.

Brutos y personas permanecen allí arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura del vientre; después, cuando el otoño empieza a refrescar la atmósfera, vuelven a bajar a la masía, y vuelta a rumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedábamos en que ayer tarde regresaban los rebaños.

No las encontramos hasta que algo recobrados de la primera impresion, ¿amais le dijimos, la naturaleza y os encerrais en uno de sus cuadros? ¿Qué es todo este vasto espectáculo de Granada para el de ese inmenso Océano cuyas olas azotan sin cesar las murallas de Cádiz como legiones de combatientes que han jurado su ruina? ¿qué son estos rios de Genil y Darro para ese imponente Guadalquivir que despues de haber cubierto de flores las fecundas praderas de Córdoba y Sevilla baja precipitadamente á sepultarse en el fondo de los mares? ¿qué las alamedas de la Alhambra para los encantados jardines del Alcázar de Sevilla y los bosques de naranjos que circundan el palacio de S. Telmo? ¿Es acaso comparable esta vega con las dilatadas llanuras á que dan sombra los mas decantados olivos de la Andalucía? ¿con los pintorescos valles de Carmona, cuyos oteros y altozanos vestidos de mil colores sorprenden aun al que los contempla desde las desmoronadas torres de su antigua fortaleza? ¿con los feraces campos de Sevilla, donde se oculta el hombre entre las mieses?

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