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Estamos aún a un centenar de varas de la caída, y las espumas nos azotan el rostro, mientras el ruido nos aturde. El guía nos habla a gritos, pero yo me limitaba a aferrarme firmemente a su mano.

La maniobra se hacía cada vez más difícil por el poco espacio de que se podía disponer, y sobre todo, por la fuerza de las corrientes que ora nos llevaban á las playas de Batangas, ora á las peligrosas costas de Mindoro, entre cuyas dos provincias se destacan los perfiles de la isla verde, atalaya que domina la entrada del estrecho que va á morir en San Bernardino, peñón que azotan las aguas del Pacífico.

Después manda enganchar el carruaje y se va. Ese año, el otoño ha llegado muy pronto. Desde hace ocho días sopla un viento nordeste, agudo y penetrante, como si se estuviera en noviembre. Los aguaceros azotan en los vidrios, y ya se extiende sobre el suelo una capa de hojas de tilo, de color amarillo obscuro que la humedad convierte en barro. ¡Qué pronto llega la noche!

No hay faena a que no se destinen tres o cuatro tamboriles que estén tocando entre tanto los otros trabajan, y se conoce desmayo en ellos cuando no tocan al tiempo que faenan. Son muy sufridos en todos los trabajos; apenas se les oirá quejarse, ni aun cuando rigorosamente los azotan, ni cuando por algún descuido son heridos de algún gran golpe en los obrajes o faenas.

Y se acercó a él y le levantó por un brazo. Hola, compadre, ¿le sabe a usted muy dulce? ¿A que es más dulce este caramelo? El niño la miró con espanto y no llevó la mano al que la ofrecía. Hizo pucheritos y estuvo a punto de llorar. ¡Tontisimo! ¿Lloras porque te doy golosina? ¿Qué haces entonces cuando te azotan?

La ilusión fue completa cuando sintió rumor de agua, un chasquido semejante al de las olas mansas cuando juegan en los huecos de una peña o azotan el esqueleto de un buque náufrago. Por aquí hay agua dijo a su compañero.

Juan se detiene en el umbral; se apoya contra una de las hojas de la puerta y lanza una mirada de profunda emoción a la penumbra de la vieja y querida sala, mientras el ruido de las ruedas llega ensordecedor a su oído, y nubes grises de harina y vapor de agua, llevadas por la corriente de aire, le azotan el rostro. Delante de él se alinean en su puesto las diferentes ruedas del molino.

En uno de los límites de la isla de Guajan en su extremo Norte, existe enclavada en un seno madrepórico de coral una peña, á cuya granítica masa tajada á pico, constantemente azotan las ondas del gran Pacífico; el conjunto de panoramas que se desarrollan ante la vista del que contempla aquellos desiertos lugares, desde luego le predisponen á la meditación, queriendo descubrir alguna huella á quien interrogar sobre aquel coloso calizo que se eleva en medio de las embravecidas ondas, y del cual se separa el natural con el supersticioso temor de un testigo que ha presenciado sangrientos episodios, que ni la mano destructora del tiempo ha podido borrar de la mente que lo trasmite, ni el mudo, pero elocuente lenguaje de la peña que lo atestigua.

Una noche, pues, ardiendo más en tales deseos, que con la fiebre que interiormente le abrasaba, sintió que se acercaba una como multitud de gente que hacía gran estruendo y ruido, y era una cuadrilla de demonios que huía de la iglesia maldiciendo aquel santo lugar y á los neófitos que en él se estaban disciplinando, y llegándose á su choza le dijeron: «Mira, mira cómo se azotan los indios; ¿no ves con cuánta razón te predicamos que no te dejes engañar de las patrañas de estos malvados?

La Naturaleza humana se levanta, huyendo de las olas que la azotan alborotadas; la Tierra le ofrece un refugio en las cimas más altas de sus montañas, y las oleadas suben más y más, y amenazan tragarla, riéndose á carcajadas Lucifer y la Culpa.