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Actualizado: 1 de junio de 2025


En efecto, el mar y el cielo de Málaga hacen pensar á cada instante en África, cuya atmósfera, bañando con sus ráfagas ardientes las costas españolas, es como un vínculo de unión entre esos dos semi-continentes que se saludan desde lo alto de sus montañas rocallosas por encima del Mediterráneo.

» Pues ¿no hemos convenido repuse en que lo que se afirma en el anónimo es cierto en todas sus partes? »El buen hombre contestó que . » Y ¿no se afirma en él que el único obstáculo que encuentra Ángel para el logro de sus ardientes deseos, es la oposición de sus padres? Porque de no contar con esto yo, no les hubiera molestado a ustedes con lo que les he dicho.

Dominante unas veces hasta la brutalidad, otras incisivo y cruel y casi siempre egoísta, hacía recordar a Elena la paciente dulzura de su marido, aquella galantería nunca desmentida, aquella protección paternal que tanto calor daba a su corazón. Elena no era mujer de pasiones ardientes; poseía un temperamento infantil; la gran necesidad de su vida era la de ser mimada.

La Francia mantenía en Buenos Aires, en calidad de agente consular, un joven de corazón y capaz de simpatías ardientes por la civilización y la libertad.

Juraría que le temblaban las piernas y miraba a derecha e izquierda como si hubiera querido huir de allí; tenía el rostro amoratado, y al tomar mi mano con las agitadísimas suyas para besarla, noté que sus labios estaban secos y ardientes.

Vivió en Tarija el P. Tolú hasta el año de 98 en que pasó con oficio de Superior á las Misiones de los Chiquitos con gran júbilo de su corazón, por ver puestos en ejecución los ardientes deseos de emplear sus fatigas en la conversión de los infieles; y aunque las grandes y frecuentes enfermedades le estimulaban á proponer su ningún talento para aquel empleo, todavía, después que en una grave enfermedad, el dolor más agudo que le traspasaba el corazón en aquellos extremos, fué el haberse excusado una vez en ejecutar un orden de sus superiores, arrojándose en manos de Dios, vino con aquel oficio á estas Reducciones en que por no estar aún las cosas puestas en forma, tuvo ocasión de merecer mucho.

El Dragón era, como he dicho, una urca, una urca coquetona y elegante; parecía una dama holandesa, blanca y rolliza, vestida de negro, que marchaba contoneándose con gracia por el mar. El Dragón era un buen barco, un barco seguro, en el que uno se podía confiar, con una arboladura gallarda y muchas velas de cuchillo. Era de esas embarcaciones que los franceses llaman ardientes.

Y se cumplieron las profecías: las nieblas se convirtieron en negras nubes henchidas de aguaceros, que el viento, embravecido poco a poco, estrellaba, con mugidos tremebundos, contra casas, ribazos y bardales, cerrándose boquetes y horizontes por donde quiera que se miraba; sintieron los más ardientes de sangre los primeros estremecimientos de frío, y nos declaramos todos en la casona seria y formalmente bloqueados por el invierno.

Aplaudió de todas veras el proyecto, que satisfacía los deseos más ardientes de su corazón, y prometió hacer cuanto humanamente fuese posible por que tan hermoso sueño se realizase.

Penetran juntos en el jardín que el sol inunda con sus rayos ardientes, y respiran más libremente bajo la bóveda de verdor que los envuelve en su fresca sombra. Gertrudis se echa negligentemente sobre el banco de césped y coloca bajo su cabeza, a guisa de almohada, sus brazos, bruñidos por el sol.

Palabra del Dia

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