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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Aquel tono indiferente no podía engañar á nadie. Hablaba con el corazón desgarrado. Sus palabras expiraban á menudo en la garganta, como el eco de un sollozo reprimido. Las que llegaban á los labios venían envueltas en lágrimas. Mientras las pronunció no apartó los ojos del nebuloso horizonte, que el sol teñía de grana.
Ya no gritaba de dolor, como la víspera; pero sentía una mano de hierro que le oprimía, le estrujaba y retorcía el corazón: se ahogaba, las palabras expiraban en sus labios, pues tenía que decir la verdad y comprendía que ésta se iba a volver en su contra.
Amoldada su naturaleza a este género de vida, habríase tenido por infeliz si el trabajo o las ocupaciones le obligaran a vivir de otro modo. Era un asesino implacable y reincidente del tiempo, y el único goce de su alma consistía en ver cómo expiraban las horas dando boqueadas, y cómo iban cayendo los periodos de fastidio para no volver a levantarse más.
Muchos no conseguían siquiera el consuelo de verse recogidos: aullaban en medio del campo, hundiendo en el polvo ó en el barro sus miembros sangrientos; expiraban revolcándose en sus propias entrañas... Y don Marcelo, que horas antes se consideraba el ser más infeliz de la creación, experimentó una alegría cruel al pensar en tantos miles de hombres vigorosos deshechos por la muerte que podían envidiar su vejez sana, la tranquilidad con que estaba tendido en aquel lecho.
Palabra del Dia
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