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Aún ha de asomar tres o cuatro veces las narices. Qué, si no puede. Que puede. Verás si todavía echa unas salivillas, como dice el asistente de un primo mío artillero. ¡Chist! Oye, oye cómo aún ronca. Una, dos, tres.... Ahora escupe. Cuatro, cinco, seis... vaya, ya no vuelve; está el pobre muy cansado. Ahora no: ya dio las boqueadas.

¿Y por qué había de guardarme rencor? ¿Por la risa del otro día?... ¡Pues, hijo, si yo nací riendo, y hasta es fácil que me ría cuando esté dando las últimas boqueadas! Hace usted bien en reírse, y aunque sea de se lo agradezco por el gusto que me da el ver una boca tan fresca y tan linda. ¡Oiga! ¿No sabe que es pecado echar flores a una monja, y mucho más que ésta las escuche?

Amoldada su naturaleza a este género de vida, habríase tenido por infeliz si el trabajo o las ocupaciones le obligaran a vivir de otro modo. Era un asesino implacable y reincidente del tiempo, y el único goce de su alma consistía en ver cómo expiraban las horas dando boqueadas, y cómo iban cayendo los periodos de fastidio para no volver a levantarse más.

Presente, mi capitán le dijo blandamente al oído. La joven se estremeció, volvió rápidamente la cabeza y, echándole una mirada torva, siguió contemplando en silencio el firmamento. Antoñico se apoyó á su lado en el marco de la ventana, y después de una larga pausa dijo en voz baja: Soy yo, el arrastrao, el sinvergüenza de Antoñico, que está dando las boqueadas como un pez fuera del agua.

Francia, arruinada tres veces de uno á otro extremo en el espacio de un siglo, lanzó las últimas boqueadas en una orgía de enfermos: la Regencia. Inglaterra, que, sin embargo, se engrandecía en aquellos momentos á costa de nuestras ruinas, estaba al parecer tan enferma como su vecina: la idea puritana habíase ido debilitando y no acudía otra á reemplazarla.