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Hubo instantes en que yo temí que la chirimoya reventase en manos de mi amigo, quien, cuando no podía terminar un razonamiento, la apretaba de un modo verdaderamente suicida. Por fin, mi amigo se comió la chirimoya y dejó de hablar de la autonomía catalana. Pedimos la cuenta. Las chirimoyas costaban a cinco pesetas cada una.

¡Flores! repitió . ¡Cómo te lo agradezco! Maltrana se excusaba con timidez. Eran violetas: no tenía dinero para más. Aun así, le había costado mucho el adquirirlas. Costaban muy caras: las flores nacían para los ricos; y aún gracias que les dejaban a ellos el cielo y el sol... Había recordado también su predilección por las naranjas.

Muchos ingleses no beben más que agua, y, según me han dicho, ya no es elegante, después de comer, que las señoras se vayan a charlar a un salón, mientras los hombres se quedan bebiendo, hasta que los criados se toman el trabajo de sacarlos de bajo de la mesa. Ya no necesitan por la noche, como gorro de dormir, un par de botellas de Jerez que costaban un buen puñado de chelines.

Pero, en cambio, era curioso y antojadizo, y nunca satisfizo un capricho de los muchos que le provocaban el aspecto y baratura de las mil trivialidades que veía en los escaparates de las tiendas, sin que al tomar el cambio de una moneda no recibiera un par de ellas falsas, monedas que, al entregarlas más tarde en otros establecimientos, le costaban serios disgustos.

Si á un parroquiano le saltaba el botón de la camisa, mientras se lo cosía, enterábale con orgullo de que Velázquez no gastaba camisas de algodón como aquélla, sino de hilo puro que le costaban tres duros cada una. Sus botas, sombrero, reloj, etc., eran para la hija de Pontes objetos preciosos que no podía tocar sin amor y veneración. Velázquez se dejaba querer sin sorpresa.

Los tres marineros también fueron quemados por la Inquisición, pero es fácil suponer que nadie se ocuparía en recoger sus cenizas, que ya se sabía lo caras que costaban. Aunque las memorias sevillanas no han conservado su nombre, un coetáneo dice que era muchacha bonita y muy graciosa y despejada.

Le costaban un caudal; pero lo daba por bien empleado, porque los periódicos donde tenía amigos comenzaban a llamarle «el inspirado poeta, nuestro particular amigo D. Andrés HerediaPor desgracia, su madre se murió antes de verle en el pináculo de la gloria: murió rápidamente de una tisis pulmonar.

Sin teatro, ¿qué iban a hacer sus hermanitas? ¿Para qué aquellos trajes que tan caros costaban? Allí podían encontrar buenas proposiciones que asegurasen su porvenir, y sería una crueldad que él cortase la carrera a las dos muchachas.

Los dos bueyes que necesitaba para un solo plato costaban una cantidad igual á la que recibía él por dos meses de cátedra; tres almuerzos del Hombre-Montaña acabarían con todos sus ahorros.... Y convencido de que no podía remediar su hambre, se entregó á la desesperación. Gillespie, en realidad, era menos digno de lástima que lo imaginaba el profesor.

Por esto le había tratado con benevolencia extraordinaria, presintiendo que un choque entre los dos no tendría arreglo. Sus únicas desavenencias fueron á causa de los gastos establecidos por Madariaga en tiempos anteriores. Desde que el yerno dirigía las estancias, los trabajos costaban menos y la gente mostraba mayor actividad.