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Actualizado: 24 de junio de 2025


Y como el chino no entendía de gustos femeniles y quería ser galante, pidió los tres mejores brazaletes que el joyero tenía, que costaban de tres á cuatro mil pesos cada uno.

Tal vez murmuramos, como murmuraban los israelitas en el desierto porque no llegaban a ver la Tierra Prometida; y eso que el Maná y las codornices que les daba su Moisés no costaban nada, y los millones que nos da nuestro Moisés cuestan mucho. En fin, sea como sea, yo me atrevo a publicar esta endiablada Meditación.

Cuanto más de cerca se le trataba, tanto más sana se revelaba su inteligencia. Cuando no se veía como forzado á hablar ó á prestar atención á lo que se le decía, pues ambas operaciones le costaban evidentemente un esfuerzo, su rostro volvía á revestirse de la tranquila placidez de costumbre.

La casa de campo y los predios que la rodeaban y pertenecían, valían mucho menos de lo que podía presumir el conspirador, si juzgaba por lo que le costaban, pero él no paraba mientes en tal materia: se iba arruinando ni más ni menos que su patria; pero así como la lista civil le dolía lo mismo que si la pagase él entera, de las mangas y capirotes que hacían con sus bienes le importaba poco.

Hasta en aquellos lugares donde el hombre suele perder todo encanto, porque es el deber, lograba conquistas verdaderas y de ello se pagaba no poco el Marquesito, que trataba con desdén a las queridas ganadas en buena lid, y con grandes miramientos y hasta cariño a las que le costaban su dinero.

De los azares que el señor Fermín había corrido en su vida, de las miserias en presidio, entre gentes de todos los países, que se mataban con las cucharas afiladas para entretener el ocio del encierro; del miedo que tuvo a ser fusilado cuando lo prendieron después de derrotada la partida, nada recordaba con tanta tristeza como las tres veces que lo sorprendieron los carabineros, casi a las puertas de la ciudad, cuando ya se creía en salvo, quitándole lo que llevaba varias noches sobre sus espaldas. ¡Y luego, cuando vendía su tabaco a las gentes desocupadas, a los señores de los casinos y los cafés, aún le regateaban algunos céntimos! ¡Ay; si supieran lo que costaban aquellos paquetes, duros como ladrillos, en los que parecían haberse solidificado los sudores de una fatiga de bestia y los escalofríos del miedo!...

El dinero que las mujeres le costaban entregábalo sin vacilaciones ni remordimientos, como si todos sus trabajos y desvelos, sus grandes y continuos cálculos para extraer el jugo a los negocios no tuviesen otra significación ni otro destino que el de adquirir combustible para aumentar el fuego de su liviandad.

Le costaban dinero y no poco tales relaciones, y él se alarmaba en sus mezquindades de rico; pensaba con remordimiento en el porvenir de sus hijos como si estuviera arruinándoles, en lo que diría ante los gastos considerablemente aumentados aquella Remedios tan económica, tan dispuesta a la defensa del céntimo, sin otros despilfarros que el manto nuevo para la virgen o la fiesta estruendosa con gran orquesta y bosques de cirios.

Y era curioso ver con qué poco se contentaba aquella mujer acostumbrada al lujo y á prodigar el dinero como una princesa. Antes de estar iniciado en las dificultades de su posición, la he sorprendido alimentándose, según ella por gusto, con platos de su país que costaban apenas unos céntimos al día.

Rosquillas de una pasta con cierto dejo amargo, cubiertas con una capa tersa de azúcar; tortas que parecían de cartón, pegadas a un papel grasiento, y confites agridulces, que se deshacían en la boca y llevaban en la huerta el extraño nombre de suspiros. La señora dio las gracias, con una risita de conejo. Bien sabía lo que costaban esos productos de la confitería rústica.

Palabra del Dia

rigoleto

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