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De este modo las palabras citadas forman los versos siguientes, que parecen dirigidos sólo á la Reina: Aunque amante de otro gusto Me presumáis, yo soy vuestro: El Rey suspira celoso, Porque ignora mis desvelos. No os asombre cuando sepa Don Ordoño el amor nuestro. Su poder, aunque temido, Contra el de amor es pequeño.

¿Quién está ahí? gritó una voz, cuyo timbre grave y poderoso había creído oír a menudo, en mis desvelos como en mis sueños. Una sombra apareció en el umbral: era él. Nubes rojas flotaron delante de mis ojos. Me pareció que mis pies habían echado raíces en el suelo. Respiraba con dificultad y me apoyé en el pilar de la escalera.

Para contentar á éste, le dirige varias cartas amorosas, como, por ejemplo, la siguiente: Celosa temo, caro dueño mío, Que os venzan intereses de una Infanta. Perdonad, que, en efecto, en verdad tanta, Contra amor no es valiente el albedrío. Causóos Don Lope el ciego desvarío Sin culpa, de sospechas y desvelos: ¿Qué haré yo, combatida de mis celos. Si el temor me da causa de culparos?

Don Baltasar encontró llano lo que había creído insuperable, fácil lo imposible, próximo lo que nunca podía llegar, trocado en ventura lo que antes sólo había sido para él angustias y desvelos, y desesperación y lágrimas, que a tanto puede llegar un error creído verdad por el deseo. ¿Pues cómo a ese cruel enemigo de mi madre y mío, no se le representó que una señora tan de tal nobleza y tal y tan grande crianza como lo era mi madre, no podía dar en la liviandad de asistir a una música que un mal respetador de su honra la daba, en sus miradores, y dejándose ver, y aun no sola, sino acompañada de sus doncellas, como para hacerlas testigos de su desvergüenza?

No fue por medio de un pacto contigo y con tus companeros por lo que adquiri un poder sobrenatural; fue mi ciencia superior, mis privaciones, mi audacia, mis dilatados desvelos, mi fuerza de alma y mi habilidad en descubrir los secretos de los tiempos antiguos en los que se veia a los hombres y a los espiritus marchar juntamente e ignorar injustos privilegios.

El conde Segismundo era arrogante, pero alegre y franco: gustaba de la guerra y de la mesa, y era poco aficionado a los libros y a la soledad, no ocupaba las noches en sombrios desvelos; las suyas estaban consagradas a los festines y a las diversiones. No se le veia ir errante por las montanas o por los bosques, como uen lobo silvestre, no huia de los hombres ni de sus placeres.

Hizo Poldy cerca de ella el oficio de la más vigilante, devota y cariñosa enfermera; pero ni sus desvelos, ni sus fervientes oraciones, ni la docta asistencia de un sabio médico, amigo de la casa, fueron bastantes a retardar el cumplimiento de las inexorables leyes de la naturaleza que tenía marcado el término de aquella trabajada vida.

II de Guárdate del agua mansa: «D. TORIBIO. Pues de mi cuidado ¿en qué estriban los desvelos? EUGENIA. Preguntádselo a los cielos, a los astros y a los hados, que no inclinan mi albedrío. D. TORIBIO. Pues en algo está el busilis. EUGENIA. En que vos no tenéis filis para ser esposo mío

Eres el hazmerreír de círculos y clubs... En cambio, aunque calumniosamente, se supone a otros más afortunados que con la dama de tus pensamientos y desvelos.

Á predicar al hombre La justicia, la paz, la caridad! No corras ¡ay! en pos de un vano nombre Que jamas se convierte en realidad. No, no: yo voy á predicar al hombre La justicia, la paz, la caridad! ¿Á dónde vas? Á las humanas almas Voy á enseñar la senda de los cielos. Busca otro triunfo entre gloriosas palmas Consagrando á la musa tus desvelos.