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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Bien visto y apreciado de todos, tuve, sin embargo, el reposo y tranquilidad requeridos para trabajar á mis anchas. Esto hizo que me interesara más y más por aquellos hombres y sus peligros. Sin hablarles, todos los días les acompañaba con mis votos en su oficio de héroes.
No hay que decir cuanto se regocijó la novia al ver próximo el término de la situación equívoca en que estaba, y al considerarse señora y dueña de una casa. Ella contaba con manejar al buenazo de Pipaón como a un dominguillo, y vivir a sus anchas gastando y triunfando. Pajarraco largo tiempo aprisionado y de no muy buenos instintos, ¿a dónde iría al salir de su jaula?
¡Qué notable casualidad, Charito querida! murmuró involuntariamente. Pero en seguida sonrió, ocultando el sobresalto de su corazón. Y como Lucía se adelantara precisamente hacia Julio, la llamó, suplicándole viniera a sentarse con ellas en un escaño; podía de allí observarle a sus anchas. ¡Qué sorpresa tendría él cuando saliese de su contemplación!
Esta proximidad había sido siempre una exigencia de doña Paula. Ella habitaba el segundo piso, a sus anchas; no quería ruido de curas y frailes entrando y saliendo; pero tampoco consentía que su hijo, su pobre Fermín, que para ella siempre sería un niño a quien había que cuidar mucho, durmiese lejos de toda criatura cristiana.
No crea usted eso, D. Andrés... Las muchachas están rabiando porque alguno les diga algo, y si es un señorito, mejor que mejor... Mire usted, yo tengo dos hijas; pues no sé cuál de ellas tiene más ganas de salir de casa... Yo les digo: ¿cuándo diablos me atrapáis un señorón rico que os mantenga para que me dejéis en paz?... Pero nada... se pasa el tiempo... van al mercado los jueves, van a las romerías, y nada... no acaban de dejarme solo a mis anchas.
Por primera vez creyó penetrar la significación de ciertos rasgos de su cara: como aquella rigidez de la frente, pequeña, fina, bajo la suavidad del cabello lacio; luego, la sonrisa indecisa, y la sombra que parecía flotar en la mirada de sus ojos dulcemente atónitos: las pupilas anchas, negras, eran insondables, tenían algo de quimérico.
En el instante en que salí al terrado, él bajaba del carruaje. «No es mucho mejor que papá,» fue mi primer pensamiento. Era alto, de estatura gigantesca, el pecho y las espaldas anchas, el rostro moreno, con dos ojillos azules, y encuadrado por una barba rubia, erizada, una de aquellas barbas que llevaban los antiguos lasquenetes. «No falta más que la yugular,» pensé para mis adentros.
Mucho tiene que decir... Mire usted... agita los pies... No parece que está muy a sus anchas... Lo creo... Si confiesa la mitad de lo que tiene de qué acusarse, tendrá para toda la mañana. ¡Es posible!... Es verdad entonces lo que se dice... Vaya si es verdad. ¿Está usted segura de que el capitán Clarmont?... Está todo el día metido en su casa...
Mientras tanto respiro a mis anchas y me siento libre de un peso enorme... ¡Qué bien voy a dormir esta noche!... 15 de noviembre. Hacía bien en contar con mi buena estrella para sacarme del mal paso. Todo se ha arreglado con una sencillez asombrosa.
Empezó á subir por él lentamente, apoyándose en el quitasol que ya había cerrado. Cuando se sintió incapaz de seguir, buscó con la vista el castaño más grande y frondoso y fuése á sentar debajo de él. Dejó pasear su mirada serena por el hermoso panorama que tenía delante. El Lora, como una cinta de plata bruñida, desarrollábase á sus anchas por la parte llana.
Palabra del Dia
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