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Actualizado: 3 de junio de 2025
La señorita de Mory se encogió de hombros, hizo una mueca desdeñosa con los labios y sin dignarse responder entabló conversación con su amiga Rosario. Isidorito había triunfado, como siempre, de su contrario.
¡No me digas eso, por Dios!, ¿no estoy viendo que han bajado las velas? ¡Ay, qué muerte, qué muerte tan espantosa!... ¡Morir sin confesión!... ¡Morir separada de mi papá!... ¡Y luego quedar sepultada aquí en este fondo tan negro..., y ser comida por los peces..., y por los cangrejos!... ¡Es horrible!... Los esfuerzos de la señorita de Mory para calmar a su amiga eran inútiles.
No contribuían poco a asustarla las voces de los marineros, que para alentarse y vencer la resistencia de las olas a cada golpe de remo gritaban a un tiempo: ¡Aaaguanta!..., ¡aaaguanta!... Cada vez que sonaba esta palabra en el aire con ritmo brutal, Rosario exhalaba un grito de angustia; tanto que la vivaracha señorita de Mory, temiendo que se pusiera mala, dijo a los marineros: Señores, hagan ustedes el favor de no decir aguanta, porque esta señorita se asusta mucho.
Palabra del Dia
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