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Actualizado: 20 de junio de 2025
Veíanse neblíes, de dedos luengos y finos, que miraban con altivo desprecio el varal y querían ser llevados siempre en la mano; harto halcón zorzaleño, con la pinta amarilla como gota de azufre, y las patas cargadas de cascabeles para aturdirles el ardor; cenicientos alfaneques de Tremecén, de pupila siniestra; sagres de Asturias con plumas entre los dedos; gerifaltes de Noruega, blancos como gaviotas; y uno que otro de aquellos que llamaban letrados en Castilla, por sus alas escritas, a lo ancho, como las fojas de un libro.
El infante don Enrique de Portugal, gran protector de descubrimientos, fundaba en el Algarbe la Academia de Sagres para los estudios geográficos, y los individuos de ella, viejos navegantes y médicos hebreos aficionados a la cosmografía, elegían como presidente a un piloto catalán, maese Jacobo de Mallorca.
Al fin vino a hallarse a corta distancia, casi a la vista de Sagres, como si la Providencia dispusiese que en el punto que había hecho famoso el Infante don Enrique, iniciador de los grandes descubrimientos, terminase su viaje el hombre que iba a cerrar el ciclo y a dar comienzo a nueva Era. No todas las dificultades se habían allanado. Nadie hasta el fin puede cantar victoria.
La aguja náutica recibió durante el siglo XIV dos de las más importantes modificaciones cuyo conjunto constituye su actual disposición; á saber, la de apoyarla en un estilo vertical sobre el que puede girar libremente dentro del mortero; y la de colocar éste en la suspensión de dos círculos concéntricos; sencillos, pero admirables inventos que además del carácter de utilidad que los distingue, lleva el sello del verdadero genio . Así las construía en Mallorca Jaime Ribes, antes de dirigir la Academia de Sagres á que le llamó el infante D. Enrique; así las usaban las naves portuguesas y castellanas en la navegación de la Mina de África y de la carrera de Flandes, siendo una de las causas de sus progresos .
Palabra del Dia
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