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Vistos de lejos, por corto tiempo, seducían con el encanto de la novedad; pero él había penetrado en sus costumbres, casi era uno de ellos, y le pesaba como una caída en la esclavitud esta existencia inferior, en la que chocaba a cada instante con ideas y prejuicios de su pasado. Debía alejarse de este ambiente; pero ¿adonde ir? ¿cómo escapar?... Era pobre.

El tren corta la comarca ondulosa de Fontainebleau, y no permite distinguir ni la ciudad cercana ni el palacio famoso, teatro de los amores y las fiestas voluptuosas de la corte de Luis XIV, como de la abdicacion ó caida primera del orgulloso Napoleon.

Así al cruzar el valle de la vida Te miré y admiré flor bendecida, Caida de la corona de mi Dios, Y seria feliz al contemplarte Si no tuviese pronto que dejarte Y decirte por siempre: ¡Adios! Adios!

Eso habría contribuido quizás a poner a Silas en un estado de agitación mayor que de costumbre. Desde el comienzo del crepúsculo abrió las puertas varias veces, pero para volverlas a cerrar inmediatamente cada vez al ver que toda perspectiva era velada por la caída de la nieve. Sin embargo, la última vez que la abrió ya no nevaba y las nubes se separaban de cuando en cuando.

Otra vez quedaron inmóviles en el espacio las máquinas voladoras al ver al coloso tendido en mitad de la ladera, cerca ya del cordón de tropas. No quisieron continuar su arrastre y aflojaron los cables para que sintiese menos su cortante tirantez. Reconociendo la inutilidad de sus esfuerzos y humillado por su caída, Gillespie sólo supo llorar.

Costóle, sin embargo, algún trabajo reducir a Villamelón a secundar sus planes, porque encastillado este en lo que llamaba su honor, empeñábase en vivir y morir fiel a la dinastía caída.

haces trepar a los hombres la áspera ruta de la vida, apartas el obstáculo, acercas el éxito, sostienes en la lucha y haces fecunda la victoria, consuelas en la caída... ¡y salvas la vida a los tuertos sabaneros que hacen patitos a orillas de los ríos caudalosos!

La muchedumbre, legítima descendiente del pueblo que dos siglos antes presenciaba los autos de fe, aplaudía con gozosa ferocidad la caída de los monigotes en la hoguera. Cada vez que, volteando en el aire sus piernas y sus brazos chamuscados, se zambullía uno en las llamas, oíanse risas y berridos.

Soy un ángel caído... y trato de arrastraros en mi caída... ¿No es verdad? ¿No es ése vuestro pensamiento?... Así lo leo en vuestros grandes ojos, a cada relámpago que pasa...; A más de esto, la decoración está ahí. Ese cielo y ese mar ardiente... y yo aquí, con el cabello en desorden y presentando mi frente a la tempestad... Muy poético, ¿no es verdad?

El vientre dijo Fernández. ¿Y el otro? Caída señaló la aguja. Caída de caballo, ¿verdad? Si. ¡Ya lo creo que sería! exclamó levantando la cabeza con expresión triunfal . Federiquito era un temerario que montaba los caballos salvajes en pelo. ¡Cuántas veces le he dicho a su madre que a ese chico le mataría un caballo!