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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Estaba en frecuente correspondencia con su hijo el notario. De tarde en tarde llegaba una carta del menor, del predilecto, desde remotos países que sólo conocía de oídas el viejo navegante mediterráneo. Y las largas inercias á la sombra de su emparrado, frente al mar azul y luminoso, las entretenía construyendo sus pequeños buques. Todos ellos eran fragatas de gran porte y atrevido velamen.

El gran maestre de Malta estrechaba la mano del terrible Dragut al verle cautivo. El hombre mediterráneo, fijo en las orillas que le vieron nacer, aceptaba todos los cambios de la Historia, como los moluscos aguantan las tempestades adheridos al peñasco. Para él, lo único importante era no perder de vista su mar azul.

El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo. Me instalé en Niza, por unas semanas nada más.

Por donde comenzó su arenga el libre cautivo, fué diciendo: Esta, señores, que aquí veis pintada, es la ciudad de Argel, gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo, puerto universal de cosarios, y amparo y refugio de ladrones, que, deste pequeñuelo puerto que aquí va pintado, salen con sus bajeles a inquietar el mundo, pues se atreven a pasar el plus ultra de las colunas de Hércules, y a acometer y robar las apartadas islas, que, por estar rodeadas del inmenso mar Océano, pensaban estar seguras, a lo menos de los bajeles turquescos.

Luego sonrió levemente, moviendo los hombros lo mismo que si hubiese escuchado algo absurdo... ¿Acaso los alemanes tenían submarinos en el Mediterráneo? ¿Podía una de estas máquinas navegantes, pequeñas y frágiles, hacer la larga travesía desde el mar del Norte al estrecho de Gibraltar?

Deploro que España, la Italia del Océano, como la Italia es la España del Mediterráneo, ande todavía á vueltas con esa confusion, con esa algarabía que se llama zarzuela. En este momento viene á mi memoria el teatro de Jovellanos, y ¡cuan mezquino me parece! No obstante, hay que ser justos.

Si la romántica y gentil Venecia, bañada en todos sus flancos por las ondas murmurantes del mar, ha sido llamada con razon la reina del Adriático, Marsella, elevada por la actividad del comercio moderno á una importancia colosal, merece con mayor justicia quizás el nombre pomposo de emperatriz del Mediterráneo.

Por más interesantes y exactas que sean esas descripciones, no me siento con ánimo para copiarlas. Ni mucho menos me atrevo á imaginar ó arreglar lo que no han visto mis ojos. Sólo referiré sucintamente las tempestades que he presenciado: siquiera en éstas interpreté, á lo menos así lo creo, los distintos caracteres que distinguen el Océano del Mediterráneo.

Amaban el mar como su tío el médico, pero con un amor silencioso y frío, apreciándolo menos por su belleza que por las ganancias que ofrece á los afortunados. Sus viajes habían sido á América en bergantines de su propiedad, trayendo azúcar de la Habana y maíz de Buenos Aires. El Mediterráneo sólo era una puerta que atravesaban distraídamente á la salida y á la vuelta.

El príncipe repitió su afirmación: La gran sabiduría del hombre es no necesitar á la mujer. Quiso seguir, pero no pudo. Temblaron levemente los amplios ventanales, cortados en su parte baja por el intenso azul del Mediterráneo. Entró en el comedor un estrépito amortiguado que parecía venir de la otra fachada del edificio, frente á los Alpes.

Palabra del Dia

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