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Actualizado: 12 de junio de 2025


Al alba poco más o menos, Rosalía, vencida del sueño, se adormeció en un sillón frente al lecho conyugal donde el bueno de Thiers reposaba, aletargado ya; y lo mismo fue caer la señora en aquella modorra que empezará ver al Torres y su barba y nariz famosas.

En otra de esas torres, la llamada de Wakefield, fue asesinado otro rey Enrique VI. Nada ha sido mas común en la historia de Inglaterra que las ejecuciones de reyes y reinas, por obra de los de la misma familia. No por qué hacen los reyes tanto escándalo cuando ven que los pueblos, imitándolos, se hacen los ejecutores.

Al fin arranquéme de aquel sueño de delicias, y la curiosidad me llevó fuera del recinto donde me ocultaba, para rondar las ventanas y torres de Generalif, imaginando hallarme con otras señales más significativas de mi dicha.

Acordábase de las torres muzárabes que había contemplado en una ciudad antigua, y al mismo tiempo se le ofrecían á la vista lagos y jardines, no sin que de pronto afease este espectáculo algún animal de corpulenta forma y repugnante fealdad.

-A buena fe, señor -respondió Sancho-, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres.

Montemayor desde la cima de un cerro árido, donde tiene otro castillo con tres preciosas torres góticas, está clamando á las presentes generaciones contra el olvido que la injuria.

¡Gritad, gritad, que ya no nos pillaréis! decía Van-Horn mirando a los salvajes que iban perdiéndose en la distancia : os desafío a seguirnos basta el estrecho de Torres. Veo que ya no te dan miedo, viejo Horn le dijo Cornelio.

Y dejando a don Simón más turulato de lo que estaba, cogía S.E. a otro diputado y le decía algo que pudiera halagarle; mientras a Peñascales le agarraba un disidente, y pintándole con vivos colores la situación de la patria, y ofreciéndole en nombre de su partido torres y montones, ponía al Ministerio y a los ministeriales como trapos de fregar.

Monté el «poney»; y a un «¡hurrade los cosacos, entre la heróica agitación de las lanzas, partimos a galope por la polvorienta planicie, porque ya la tarde declinaba, y las puertas de Pekín se cierran apenas el último rayo de sol huye de las torres del Templo del Cielo.

El tren les hacía tanto caso como a una nube de mosquitos, y desapareció dejando atrás su humo y su ruido. Volviose a ordenar la hueste y siguieron marchando, con el Majito a la cabeza. ¡Ah! Todavía mandaba. Goza, goza del brillo de tu alta posición, que tiempo vendrá en que las grandezas se humillen y las altas torres se desplomen.

Palabra del Dia

rigoleto

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