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Actualizado: 14 de julio de 2025


»Aturdida y disgustada de aquella sociedad, parecíame oír una lengua desconocida, que estaba en un mundo nuevo y extravagante, lejos de mi país, de mis amigos a quienes ansiaba volver a ver; antes de que terminase la comida, las frecuentes libaciones habían acalorado los cerebros de nuestros convidados. »¡Por esta hermosa joven! exclamó uno de ellos apurando un vaso de vino.

Y la pobre señora quedaba aturdida por el relato que le iba haciendo de las fuerzas enormes de Alemania, con toda su autoridad de esposa de un gran patriota germánico y madre de un profesor casi célebre. Los millones de hombres surgían á raudales de su boca; luego desfilaban los cañones á millares, los morteros monstruosos, enormes como torres.

Lo levantó con un cuerno, arrojándolo a algunos pasos de distancia tras breve zarandeo, y quiso volver sobre él por tercera vez. La muchedumbre, aturdida por la velocidad con que había ocurrido todo esto, permanecía silenciosa, con el pecho oprimido. ¡Lo iba a matar! ¡Tal vez lo había matado ya!... De pronto, un alarido de todo el público rompió este silencio angustioso.

Desapareció la doctora, aturdida por este diálogo, del que sólo podía adivinar algunas palabras. Freya, inmóvil, con los ojos adormecidos y una rodilla entre sus manos cruzadas, se mantuvo aparte, entendiendo la conversación, pero sin intervenir en ella, como si le ofendiese el olvido en que la dejaban los dos hombres.

Yo he venido á deshacer vuestras rebeldías, señor duque de Uceda dijo el duque de Lerma, mientras doña Ana, aturdida, encendía las bujías. ¿Mis rebeldías, excelentísimo señor? dijo el duque con calma ¿pues acaso hago yo otra cosa que defenderme? Defenderos, ¿de qué? De los agravios que vuecencia me ha estado continuamente haciendo por celos.

Ganada por su parte y sin darse cuenta de ello por la llama penetrante de aquel amor que se estaba incubando hacía mucho tiempo en el fondo de su ser, la tranquila, la prudente y severa Julieta, aturdida y fascinada por una especie de vértigo, se abandonaba inconscientemente a la ola de sensaciones nuevas, tumultuosas y confusas que turbaban vagamente su alma virginal.

Ya nadie se acordaba de aquello; seguía siendo aturdida, tenía fama de golosa y de gorrona según la expresión que se usaba en Vetusta como en todas partes pero nada más. Era insoportable con su alegría intempestiva; mas en materia grave, en lo que no admite parvedad de materia, nadie la acusaba, a lo menos públicamente. Por supuesto, que no se cuenta tal o cual descuidillo....

Pero Rosario, toda azorada y hecha un mar de lágrimas, exclamó inmediatamente: ¡No, no; que digan aguanta, que digan aguanta! Si no, vamos a perecer más pronto... Poco a poco, no obstante, y viendo que la tremenda catástrofe no llegaba, se fueron calmando sus nervios, y no tardó en reírse, como niña aturdida que era, de sus ridículos temores.

Fortunata se sentó a su lado, dejando la mesa a medio poner y la comida a punto de quemarse. Maximiliano le dio muchos abrazos y besos, y ella estaba como aturdida... poco risueña en verdad, esparciendo miradas de un lado para otro. La generosidad de su amigo no le era indiferente, y contestó a los apretones de manos con otros no tan fuertes, y a las caricias de amor con otras de amistad.

Elena, como un niño en asueto, marchaba tan alegre, tan aturdida con la algazara, con sus propios gritos y graciosas salidas, que no se daba cuenta apenas del galanteo de que era objeto. Considerábalo como una de tantas bromas a propósito para aumentar el regocijo de aquel viaje.

Palabra del Dia

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