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Sus negocios eran múltiples y complicadísimos: prestaba y tomaba prestado a tipos usurarios, según las circunstancias; su influencia en la Bolsa era tremenda y misteriosa a la vez; la mitad creía que estaba a la baja, la otra mitad aseguraba que jugaba a la alza; don Eleazar vivía en el escritorio y recibía allí a las gentes de todas clases, siempre con su aparente humildad, instalando ante todo su probidad, su desinterés y su honor comercial ante el interlocutor que, por más prevenido que estuviese contra él, terminaba por escucharlo y someterse.

Doy mi parte por cien mil francos en billetes dijo con voz grave. Y mientras los demás reían, él quedó con la mirada fija en Novoa. ¡El mar!... ¡quién diría que el mar!... Aquel sabio sabía mucho; y él, con repentina veneración, se propuso escucharlo siempre. Una noche, Atilio y el príncipe comieron solos.

En otra, una joven tocaba el piano, de espaldas a la calle: me paré un instante a escucharlo, y conmigo una mujer del pueblo que, metiendo la cara por las rejas, dijo: Señorita, señorita. La joven se volvió preguntando: ¿Qué se ofrece? Na, señorita; que me gutaba uté por etrá y quería ver si po elante... ¿Y cómo soy por delante? replicó la chica sin turbarse. Como un botón de rosa, mi corasón.

, ya que nos separa un secreto terrible; un secreto, me has dicho, que da la muerte... pero ahora me lo debes decir; gracias al Cielo, ya puedo escucharlo... ¡Que todos tus pesares sean los míos, que tu alma me pertenezca por entero, y los últimos instantes de mi vida serán dichosos!

Guardó silencio unos momentos, y al cabo respondió que en su concepto los poetas no eran otra cosa que alienados. También D. Pantaleón sabía esto hacía tiempo, mas no por eso dejó de mostrarse satisfecho por escucharlo una vez más. Moreno prosiguió sus observaciones en voz baja, afirmando que donde se conocía perfectamente la identidad del poeta y del loco era en la orina.

Nada le era tan grato, ni tan fácil como decir de su amigo todo el bien que pensaba. Y como veía que Bettina se complacía en escucharlo, daba libre curso a su elocuencia. Pero una noche Pablo quiso, y estaba en su derecho, obtener el beneficio de su caballeresca conducta. Acababa de hablar durante más de un cuarto de hora con Bettina.

Las diligencias y el vapor han reunido a los hombres de todas las distancias: desde que el espacio ha desaparecido en el tiempo, ha desaparecido también en el terreno. ¿Qué significaría, pues, un autor formando a pie firme un libro, detenido él solo en medio de la corriente que todo lo arrebata? ¿Quién se detendría a escucharlo?

-Yo seguro -respondió el cura- que la sobrina o el ama nos lo cuenta después, que no son de condición que dejarán de escucharlo.

Los demás Castelvines descubren mientras tanto á Roselo, y lo traen prisionero para saciar en él su sed de venganza. Antonio, sin embargo, pensando todavía en la voz que ha resonado en sus oídos, abraza á Roselo, y le cuenta su visión. Aplácanse todos al escucharlo.

No; no debo escucharlo más; es bastante por hoy. Quédese aquí buscando frases nuevas; nada inspira como la caída de la tarde. Y con una voz que la alegría y también la emoción contenida hacían temblar un poco, añadió, subiendo a la terraza del Casino: ¡Adiós, adiós! querido flirt. El tiempo transcurría rápidamente para la alegre banda.