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Actualizado: 10 de julio de 2025


Mirome el primero con penetrante encono, el segundo con altanero desdén y el tercero con curiosidad. Señora dije a la condesa usted se ha exaltado sin razón, interpretando mal un hecho que en no tiene malicia alguna. Y le conté lo ocurrido, disfrazando de un modo discreto los accidentes que pudieran ser desfavorables a las pobres niñas.

El iris y la pupila, estriados de biliosas agujas, verdegueaban bajo un fluido transparente, que parecía renovarse sin cesar, como el de una mirada viva, y la boca se encogía bajo el mostacho, como si luchara por contener algún altivo denuesto. Máscara tiesa de cortesano disfrazando a medias la honra colérica, el brío estrangulado.

Al decir esto se sentó, y tomando pluma y papel trazó con agitación y disfrazando la letra la siguiente carta: Excmo. Sr. Conde de Trevia. Si mañana sales á cazar con tu señora, abre mucho los ojos y quizás podrás ver á quien te roba la honra. Después de cerrarla y escribir el sobre llamó á la criada. ¿Se ha acostado ya tu hermano? No, señorito. Pues hazme el favor de decirle que suba.

No es lo mismo. ¿Y la otra de *? La casualidad. Se está vistiendo de gran uniforme, es decir, disfrazando; con ese disfraz todos le dan V. E.; él y los que así le ven creen que ya no es un hombre como todos.

Después de mucho batallar con este pensamiento, no arriesgándose a hacer la confesión de palabra ni a escribirla bajo su firma, remitió a D. Pedro, disfrazando la letra, una carta anónima. «La niña que usted ha recogido hace seis años es hija de su esposa y de un caballero que frecuenta su casa y a quien usted llama su amigo. No le digo a usted el nombre.

Una vez sola había estado en la capital montañesa, disfrazando con el deseo de pisar «la tierra de mis mayores», como diría mi padre, la tentación de veranear en aquel puerto que comenzaba a ser «elegante». Atravesando en ferrocarril la cordillera cantábrica casi por encima de las fuentes del Ebro, recordé que «por allí», no sabía si a la derecha o a la izquierda, debía de andar mi casa solariega, en algún repliegue de aquellos montes encapuchados de neblinas y ceñidos de negros robledales.

Un sábado por la noche salió de casa, bajó rápidamente el camino de Entralgo, subió á Canzana y después de rodear algunas veces la casa del tío Goro y cerciorarse de que aún estaban levantados, llamó quedo á la ventana de la cocina y comenzó á hablar disfrazando la voz, como hacen allí los mozos cuando salen de noche á galantear. El tío Goro se había retirado á descansar.

Con audacia creciente el pintor cambiaba con ella palabras y bromas no siempre respetuosas; la galanteaba y la requebraba abiertamente, aunque disfrazando su insolencia con la burlona excentricidad de que hacía gala.

Atrajo de pronto su atención un nombre impreso á la cabeza de un breve artículo. La sorpresa le hizo palidecer, al mismo tiempo que se contraía algo dentro de su pecho. Volvió á deletrear el nombre, temiendo haber sufrido una alucinación. No era posible la duda; estaba bien claro: Freya Talberg. Tomó el diario de las manos de su contertulio, disfrazando su impaciencia con un gesto de curiosidad.

La señora Chermidy, disfrazando su odio bajo una máscara de compasión, buscó ávidamente algunos síntomas de muerte entre las protestas de ternura, y no quedó más que medianamente satisfecha. El olor que exhalaba aquella correspondencia no era el que atrae los cuervos a los campos de batalla.

Palabra del Dia

godella

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