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En el Ática me dijo aquel día de sobremesa don Amaranto, ostentando didácticamente un tenedor de peltre, al modo de férula se iba a buscar la sabiduría al mercado o bajo el pórtico de Júpiter Liberador, donde Sócrates, con palabra ligera y gesto sonriente, parteaba, como avezada comadrona, el alumbramiento de las ideas; al huerto umbrátil de Academo, donde Platón, de hombros anchos y labios melifluos, empollaba en las almas jóvenes los alados anhelos con que volasen de lo sensible a lo absoluto; en el Liceo, donde el seco Estagirita desmontaba en piezas la máquina del mundo, y mostraba sus relaciones, ensambladuras y modo de funcionar.

Halló todo en el mismo estado; el barbero, muy ocupado en descañonar a un sargento, la saludó jovialmente; a la puerta de su casa divisó a la señora Porreta tomando el fresco, o el sol, que ambas cosas faltaban dentro del tugurio de la comadrona, la cual hacía extraña y risible figura sentada en una silleta baja, y muy esparrancada; sus pies, calzados con zapatillas de orillo, miraban uno a Poniente y otro a Levante; tenía caídas las medias, por deficiencia de ligas sin duda; en el formidable hueco del regazo descansaban sus manos, y mientras una chiquilla encanijada, nieta suya, le peinaba las canas greñas y le hacía dos chichos tamaños como bellotas, la insigne matrona no perdía el tiempo, y calcetaba con diligencia manejando las metálicas agujas, que despedían vivos fulgores.

Bufaba la insigne comadrona y resoplaba, ahogándose a pesar del ningún calor y de la mucha y glacial humedad de la atmósfera; cuando penetró en la casucha, revolviose en ella como un monstruo marino en la angosta tinaja en que el domador lo enseña.

Servía de médico a los hombres, de comadrona a las mujeres y de castañeadora a las mocitas que iban a casarse. No había virginidad gitana que no pasase por sus manos antes del matrimonio, para que certificara su integridad. Los payos del barrio la llamaban con sorna «la madre de las vírgenes».

Entre el señor Rosendo y su triste laconismo; la tullida y su tiranía doméstica; Pepa la comadrona, que lo asustaba de puro gorda, y lo crucificaba a chistes, o Amparo, desde luego se declararon por esta sus simpatías. Todas las tardes, con el cilindro de hojalata terciado al hombro, iba a buscarla a la salida de la Fábrica.

Lo que no se encontraba en la casa, Chinto salía disparado a pedirlo fuera, prestado en la de un vecino, o fiado en las tiendas. Generalmente, al recoger una cosa, la comadrona exigía ya otra. Un gotito de anís.... ¿Anís? ¿Para qué? preguntaba la tullida. Para , porreta, que soy de Dios y tengo cuerpo y también se me abre como si me lo cortasen con un cuchillo....

Consumíase la pobre mujer presa en su jergón, penetrada súbitamente de la ternura que sienten las madres por sus hijas mientras estas sufren la terrible crisis que ellas ya vencieron.... Chinto se encontraba allí, semejante a un palomino atontado.... Entró la comadrona donde la llamaba su deber, y el mozo y la vieja se quedaron tabique por medio, ayudándose a sobrellevar la angustia de la tragedia que para ellos se representaba a telón corrido.... La tullida maldecía de su hija que en tal ocasión se había puesto, y al mismo tiempo lloriqueaba por no poder asistirla.

El barbero, que era leído, escribido y muy redicho; la encajera, que la daba de fina, y la comadrona, que gastaba unos chistes del tamaño de su panza, compitieron en donaire burlándose de la rusticidad del mozo.

Sólo vio que estaban muy amigotas y compinches. Para la ex-cigarrera valía un Perú la comadrona; al menos esa hablaba, porque lo que es su marido.... Cuando este regresaba de la diaria correría por paseos y sitios públicos, y bajando el hombro soltaba con estrépito el tubo en la esquina de la habitación, el diálogo del matrimonio era siempre el mismo: ¿Qué tal? preguntaba la tullida.

Hizo la madre decir una misa a Nuestra Señora del Amparo, patrona de las cigarreras; y por la tarde fueron convidados a un asiático festín el barbero de enfrente, Carmela, su tía, y la señora Porreta la comadrona: hubo empanada de sardina, bacalao, vino de Castilla, anís y caña a discreción, rosoli, una enorme fuente de papas de arroz con leche.