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Actualizado: 23 de junio de 2025


Y a cada cinco minutos la señora Pepa entraba en el cuartuco llenándolo con su corpulencia descomunal, y ordenando militarmente a Chinto que corriese a desempeñar algún recado indispensable. Aceite, rapaz... ¡un poco de aceite! ¿Qué tal? interrogaba la madre. Bien, mujer, bien.... ¡Aceite, porreta!

Otras veces, jactanciosa como todo inválido, decía a su hija: «Sácateme de delante, que irrita el verte; de tu edad era yo una loba que daba en un cuarto de hora vuelta a una casa». Sólo echaba de menos la animación de su Fábrica, las compañeras. A bien que las vecinas de la calle solían acercarse a ofrecerle un rato de palique: una sobre todo, Pepa la comadrona, por mal nombre señora Porreta.

Hizo la madre decir una misa a Nuestra Señora del Amparo, patrona de las cigarreras; y por la tarde fueron convidados a un asiático festín el barbero de enfrente, Carmela, su tía, y la señora Porreta la comadrona: hubo empanada de sardina, bacalao, vino de Castilla, anís y caña a discreción, rosoli, una enorme fuente de papas de arroz con leche.

Fuersa, fuersa es lo que hace falta, y vino, que alegra al hombre las pajarillas, ¡porreta! Quince minutos después: Tres onsas de chocolate, del mejor.... Y mira, de camino a ver si encuentras una gallinita bien gorda, y le vas retorciendo el pescuezo.... Pide también un cabito de cera... las planchadoras que haya por aquí han de tener.... ¿De cera? De cera, ¡porreta! ¿Si sabré yo lo que me pido?

Yo soy clara como el agua, vamos... y no se me murieron en las manos, ¡porreta!, sino dos, en la edá que tengo.... Después los médicos hablan.... Y yo cuanto puedo hago, y unturas y friegas de Dios llevo dado en ella.... Al afirmar esto, la comadre se limpiaba a las caderas sus gigantescas manos pringosas. ¿Habrá que avisar al médico? gimoteó la tullida.

Halló todo en el mismo estado; el barbero, muy ocupado en descañonar a un sargento, la saludó jovialmente; a la puerta de su casa divisó a la señora Porreta tomando el fresco, o el sol, que ambas cosas faltaban dentro del tugurio de la comadrona, la cual hacía extraña y risible figura sentada en una silleta baja, y muy esparrancada; sus pies, calzados con zapatillas de orillo, miraban uno a Poniente y otro a Levante; tenía caídas las medias, por deficiencia de ligas sin duda; en el formidable hueco del regazo descansaban sus manos, y mientras una chiquilla encanijada, nieta suya, le peinaba las canas greñas y le hacía dos chichos tamaños como bellotas, la insigne matrona no perdía el tiempo, y calcetaba con diligencia manejando las metálicas agujas, que despedían vivos fulgores.

Porreta, a mi edá no gusta verse envuelta en cuentos... luego después, que si hizo así, que si pudo haser asá... que si la señora Pepa sabe o no sabe el oficio.... Menéate ya, dormilón añadió despóticamente volviéndose a Chinto... . Ya estás corriendo por el médico, ¡ganso!

Tarda, porreta.... Estas primerizas, como no saben bien el camino... Y la comadre hizo que se reía para manifestar tranquilidad; pero un segundo después añadió : Puede ser que... porque uno no quiere embrollos ni dolores de cabesa, ¿oyes?

Lo que no se encontraba en la casa, Chinto salía disparado a pedirlo fuera, prestado en la de un vecino, o fiado en las tiendas. Generalmente, al recoger una cosa, la comadrona exigía ya otra. Un gotito de anís.... ¿Anís? ¿Para qué? preguntaba la tullida. Para , porreta, que soy de Dios y tengo cuerpo y también se me abre como si me lo cortasen con un cuchillo....

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