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Actualizado: 12 de junio de 2025


Entonces él, retorciendo su bigotillo, dijo con petulancia: Hay modos de mirar, tía... y yo me entiendo. ¿Habráse visto botarate? ¡Un chico que no levanta media vara del suelo! Quedaba el gran argumento y se lo largué: Mira, Quilito, que se te quiten tales disparates de la cabeza: el señor don Bernardino Esteven nunca consentirá en ese casamiento. Lo aplasté.

Temo dijo con extraño brillo en su mirada y retorciendo las guías de su bigote, temo que se preocupa usted demasiado del asunto. Pasarán algunos días antes que se le pida una resolución. Hablemos de otra cosa; supongo que no se resfrió ayer noche. El rostro de Carolina adquirió con una sonrisa su gracia peculiar. ¡Le pareceríamos sin duda tan alocadas!... ¡Y dímosle tanta molestia!...

Fuersa, fuersa es lo que hace falta, y vino, que alegra al hombre las pajarillas, ¡porreta! Quince minutos después: Tres onsas de chocolate, del mejor.... Y mira, de camino a ver si encuentras una gallinita bien gorda, y le vas retorciendo el pescuezo.... Pide también un cabito de cera... las planchadoras que haya por aquí han de tener.... ¿De cera? De cera, ¡porreta! ¿Si sabré yo lo que me pido?

No hablaba más que de previsión, ahorros y peluconas. Oyéndola sin mirarla, podía uno imaginar que escuchaba consejos de pariente tacaño. Un día, entre gatadas y bromas, le quitó a un amante dos perlas de la pechera, y retorciendo una horquilla de las llamadas invisibles, con su alambre finísimo improvisó un par de pendientes, y se quedó con ellos. ¿Mercedes? La mentira en todo su esplendor.

Un viento terrible que soplaba del Sur, caliente como si saliera de un inmenso horno encendido o como si atravesara por un desierto de fuego, corrió constantemente sobre el golfo de Carpentaria, retorciendo, como si fueran débiles cañas, los árboles que crecían alrededor del islote coralífero.

Debí sospecharlo, agregó Chandos retorciendo los largos bigotes y mirando fijamente al apartado caballero. ¿Qué decís, Chandos? preguntó el príncipe. Señor, una gracia os pido. Permitid á mi escudero que me traiga arnés para revestirlo y tener la alta honra de cruzar la espada con el campeón francés. Poco á poco, mi buen Chandos.

El secreto es mío ahora repuse, aun cuando no le dije que la misteriosa bolsita de gamuza se había extraviado. ¿Pero no sabe usted, hombre, lo que eso implica? gritó, poniéndose de pie delante de y entrelazando y retorciendo sus delgados dedos nerviosa y agitadamente. No, no lo contesté riendo, pues trataba de aparentar que tomaba sus palabras con ligereza.

¿Y ? ¿Te han reconocido en la aldea? pregunta Franz, cuya insaciable curiosidad se dirige entonces al suelo natal. ¡Nadie! dice Juan echándose a reír y retorciendo el bigote, cuyas puntas insolentes amenazan al cielo. ¿Y en casa? Juan toma entonces una expresión seria y tiende la mano a su camarada. ¡Ah !... todavía tienes que ir allá. Eso debe hacerte tictac ahí dentro.

Tomó el documento en sus manos, sonriéndose a su vez de la ocurrencia mía. El coronel Sarto y Federico de Tarlein me acompañarán continué. ¿Va Vuestra Majestad a ver al Duque? preguntó en voz baja. ; al Duque y a otra persona a quien necesito ver y que se halla en Zenda. Quisiera poder ir con Vuestra Majestad dijo retorciendo el blanco bigote. Quisiera hacer algo por el Rey y su corona.

Se os puede hacer el siguiente argumento, retorciendo el vuestro, como dicen los dialécticos: nada puede pensar sin existir, vuestra existencia es dudosa, tratais de probarla, luego no estais seguros de pensar. Es probable pues que Descartes entendió su principio en un sentido muy diferente, y voy á exponer en pocas palabras el que en mi juicio debió de darle el ilustre filósofo.

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