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Actualizado: 21 de julio de 2025


En el taller de cigarrillos, aunque dominaban las mocitas solteras, bastaba hablar de quintas para que se moviese una tempestad de federalismo. Miren ustedes decía Amparo que eso de que arranquen a una de sus brazos al hijo de sus entrañas y lo lleven a que los cañones lo despedacen por un rey, ¡clama al cielo, señores!

Llevada á feliz término esta obra de caridad y de elocuencia se subió al columpio. Mientras Velázquez iba de grupo en grupo haciendo penar á mocitas y casadas con sus palabras, humildes y desdeñosas á un tiempo, y el atractivo de su elegancia, Manolo Uceda se había acercado al de Soledad y María-Manuela. Quiso entablar conversación aparte con la primera, pero no pudo conseguirlo.

Servía de médico a los hombres, de comadrona a las mujeres y de castañeadora a las mocitas que iban a casarse. No había virginidad gitana que no pasase por sus manos antes del matrimonio, para que certificara su integridad. Los payos del barrio la llamaban con sorna «la madre de las vírgenes».

Yo, la verdad... si hubiá sido otra cosa, vamos al decir... novio toas las chicas lo tienen; pero que se hable con un cabayero... ma parecío mu feo, porque los señores, cuando buscan mocitas... ya sabusté pa lo que las quieren... Pepe, avergonzado y mohíno, esquivó la mirada: la ira y el rubor le sellaron los labios. ¡Me está Vd. dando lástima! Vamos, don Pepito, que no como tié Vd. pacencia.

Después, acercándose á Mercedes, la preguntó familiarmente por lo bajo: ¿Y Gabino? ¿Cómo no viene? ¿Gabino? respondió la salada muchacha haciendo un mohín desdeñoso. ¡Dale memorias!... Nada tengo ya que partir con él. Mostróse sorprendido y no quiso creerlo: disimulos de mocitas y nada más. Pero la niña insistió con ahinco y formalidad, dió pormenores, citó testigos.

Dejémonos de guasa, Gabino... ¿Te importa algo? que me importa, porque soy su novio. Pues hazte cuenta que para no eres na dijo Velázquez con acento agresivo. No basta que usted lo diga; á todo el mundo le consta y á usted también. Por consiguiente, no es portarse como hombre regular ni decente rondar á las mocitas que están comprometidas. ¡Ea, basta ya de rodeos! exclamó el guapo.

Entablóse entonces una discusión acalorada sobre los jesuitas, en que salieron a relucir autorizados textos de Eugenio Sue, en su novela El Judío Errante, quedando al cabo decidido que, terminada la comida y mientras los caballos descansaban, irían todos a visitar la tenebrosa madriguera... Diógenes, que hasta entonces nada había dicho, aseguró terminantemente que él no iba, porque no acostumbraba poner los pies donde tenían derecho a ponerle en la calle, y si aquellos señores obraban en razón, era eso lo que debían hacer con las parejas de mocitos y mocitas que amenazaban invadirles la casa.

Allí donde se reunía la gente sonaba la guitarra, soltándose cada seguidilla y cada martinete que a Dios le temblaban la carne de gusto... Si entonces hubiese aparecido Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, con todas esas cosas de pobres y ricos, de repartos de tierras y rivoluciones, le habrían ofrecido una caña y le hubieran dicho: «Siéntese su mercé en el corro, camará; beba, cante, eche un baile con las mocitas si en ello tiene gusto y no se haga mala sangre pensando en nuestra vida, que no es de las peores»... Pero los ingleses apenas nos beben: el dinero entra con menos frecuencia en Jerez, y se oculta de tal modo el condenado, que nadie lo ve.

No tenían en Lancia familia alguna. Ninguno de los vivos recordaba a su padre, que había muerto cuando todavía eran mocitas. Estuvo empleado en el ramo de Hacienda. Es de suponer, dada su remota antigüedad, que sería percibidor de alcabalas o de otros pechos ya extinguidos. Del siglo XVIII, al cual pertenecían, tenían aquellas interesantes señoritas en primer lugar el traje.

Derramados acá y allá, sentados unos en bancos, otros de pie formando pintorescos grupos, charlaban los mancebos con las mocitas ó escuchaban embelesados el punteado melancólico de la guitarra. Las conversaciones eran animadas, ingeniosas; en todas campeaba la imaginación inquieta, el fácil ingenio, la incoherencia y la irreflexión que caracteriza al amable pueblo andaluz.

Palabra del Dia

godella

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