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Con efecto citó al tribunal al hebreo, y habló al juez en estos términos: Almohada del trono de equidad, yo soy venido para reclamar, en nombre de mi amo, quinientas onzas de plata que prestó á este hombre, y que no le quiere pagar. ¿Teneis testigos? dixo el juez.

Echóle en cara su mala fe, las contradicciones de sus escritos y su desprecio para con la nación francesa; citó textos del mismo Voltaire que decían de la confesión cosas muy distintas de las que ahora repetía, y acabó, con grandísimo escándalo de los sectarios, por negar que fuese Voltaire quien hablaba por boca de la pitonisa. ¡No! exclamó. ¡Voltaire era un gran escritor! ¡Cómo pocos!

La santa no hizo más que mirar á Clara con cierta perplejidad; y contra lo que sus parientes esperaban, no citó ningún texto latino, ni predicó ningún sermón sobre la inconveniencia é irreligiosidad de que entraran por los tejados los militares buenos mozos, altos y de buen porte. Clara, á pesar de su inocencia, se quedó aterrada como una culpable.

Señor... yo no creo ni dejo de creer... yo cito hechos y digo lo que dice el público.... El escándalo crece.... Era verdad.

En su discurso citó infinitas veces los nombres de Cobden y la Liga de Mánchester, sobre los cuales se detenía con particular cariño, tanto que Miguel en una temporada no le llamó más que «el coaligado de MánchesterAlgunos de los socios salieron del salón antes de concluir; la mayoría, no obstante, se quedó escuchándole con atención. Al terminar le dieron algunos aplausos de cortesía.

Y en medio á sus fusiles Y bayonetas viles Su caballo dejó. En el parte de la batalla de don Cristóbal se leen las siguientes palabras: «El valiente coronel don Zacarías Álvarez dejó su caballo muerto sobre las bayonetas enemigasCito de memoria. Cascadas del Niágara y Tequendama.

Los filósofos habláron todos á la par, como ántes, pero todos fuéron de distinto parecer. Citó el mas anciano á Aristóteles, otro pronunció el nombre de Descartes, este el de Malebranche, aquel el de Leibnitz, y el de Locke otro.

Me parece que aún estoy viendo a aquella respetable cuanto iracunda señora con su gran papalina, su saya de organdí, sus rizos blancos y su lunar peludo a un lado de la barba. Cito estos cuatro detalles heterogéneos, porque sin ellos no puede representársela mi memoria.

Hubo, sin embargo, una circunstancia que vino á ponerlos al cabo en descubierto. Aconteció que una muchacha de trece años de edad, hija de un Manuel Cito, cuya familia se componia de su muger y de esta sola niña, habiendo muchas veces oído hablar del gusto sabroso que da la sal á los alimentos, concibió el deseo, y con este el proyecto, de procurarse esta sustancia.

Debo observar que yo no cito aquí á Oliveira Martins como quien cita á un padre de la Iglesia; que en asunto tan difícil como la conciliación de la gracia y del libre albedrío, no le doy autoridad alguna; y que no hago á los jesuítas pelagianos, ó semi-pelagianos, para ponderar lo que valían.