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22 Arrepiéntete pues de ésta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te será perdonado este pensamiento de tu corazón. 23 Porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. 24 Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por al Señor, que ninguna cosa de éstas que habéis dicho, venga sobre .

Rostand le recibe, y sus grandes ojos, pensativos y dulces, reflejan melancolía profunda. No puede usted ver á Edmundo dice; Edmundo está enfermo. El insigne comediante explica su deseo, ruega, se exalta, llega á la cólera, y al fin, consigue su propósito. Rostand se muestra abatido, y le estrecha las manos fríamente. Mi obra, en efecto declara, está terminada. Puse en ella toda mi alma.

3 Y envió el rey Sedequías a Jucal hijo de Selemías, y a Sofonías hijo de Maasías sacerdote, para que dijesen al profeta Jeremías: Ruega ahora por nosotros al SE

Marcela ruega de nuevo al Salvador que no deje impune al delincuente que la ha deshonrado, y, según parece, sus ruegos han de ser cumplidos.

Le suplicaba que se cuidase, se lo pedía con voz de madre cariñosa que ruega al hijo de sus entrañas que tome una medicina.

Durante la navegación, un día de Navidad, el santo ruega a Dios que le permita descubrir tierra donde desembarcar para decir su misa con la debida pompa, e inmediatamente surge una isla ante las espumas que levanta su galera. Terminados los oficios divinos, cuando San Borombón vuelve al barco con sus acólitos, la tierra se sumerge instantáneamente en las aguas.

», señor repuso ella; y me encuentro sin pan y sin asilo desde que nuestra ama fue desterrada y confiscados sus bienes. »Ese dinero viene de su parte; tómalo, dichosa y ruega a Dios por ella. »Y por usted, señor.

Al mismo tiempo dirige una circular a todos los gobiernos, en la que les pide que lo nombren a él juez árbitro para seguir la causa y juzgar a los impíos unitarios que han asesinado a Quiroga; les indica la forma en que han de autorizarlo, y por cartas particulares les encarece la importancia de la medida; los halaga, seduce y ruega.

Y entre el sordo galope del caballo, la voz de dolor de Margarita, que me gritaba: ¡Adiós! ¡Luis! ¡adiós! ¡hermano mío! ¡ruega á mi padre que no me maldiga! ¡pide á mi madre que me su bendición!... Y Margarita seguía hablándome, pero el caballo se había alejado, y el sonido seco, retumbante, de su carrera, envolvía las palabras de Margarita.

Y Aquiles no ayuda todavía a los griegos: no atiende a lo que le dicen los embajadores de Agamenón: no embraza el escudo de oro, no se cuelga del hombro la espada, no salta con los pies ligeros en el carro, no empuña la lanza que ningún hombre podía levantar, la lanza Pelea. Pero le ruega su amigo Patroclo, y consiente en vestirlo con su armadura, y dejarlo ir a pelear.