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», señor repuso ella; y me encuentro sin pan y sin asilo desde que nuestra ama fue desterrada y confiscados sus bienes. »Ese dinero viene de su parte; tómalo, dichosa y ruega a Dios por ella. »Y por usted, señor.

La virtud no está todavía desterrada de la tierra; yo conozco muchas personas que sin atroz calumnia no pueden ser contadas entre los criminales. Hay injusticias, es cierto; pero la injusticia no es la regla de la sociedad; y si bien se observa, los grandes crímenes son excepciones monstruosas.

Allí, cerca de una hacienda, frente por frente de una aldea salinera, entre cuyos montículos estériles yergue una pobre palma, mísera desterrada de fecundo suelo, su empolvado penacho, había un sitio que hasta en lo más crudo del invierno hacía gala de sus hierbajes verdes. Era mi sitio predilecto.

Estando en forma de penitente se leyó su sentencia con méritos, abjuró de levi; y advertida, reprendida y conminada, fue condenada en doscientas libras, desterrada por un año en una Villa con confinación en el Reino, pena de doscientos azotes.

Esto debía bastar para que la tendencia fuera desterrada de nuestras costumbres. En este sentido, los hombres han progresado más que las mujeres. Entre los hombres existe también la pintura en forma de tatuaje. Pero ningún hombre distinguido la emplea.

Pero Ester Prynne, con un espíritu lleno de innato valor y actividad, y por largo tiempo no sólo segregada, sino desterrada de la sociedad, se había acostumbrado á una libertad de especulación completamente extraña á la manera de ser del eclesiástico.

»No estaba ya desterrada, era rica y dichosa, y más dichosa aun por deber toda mi felicidad al amigo de mi infancia! ¡Ah! ¡cuán grande es la gratitud, y cuán dulce hace las personas que amamos, y con qué satisfacción recibimos el beneficio que nos obliga a amar más todavía!

En todas sus relaciones con esa sociedad, no había sin embargo nada que la hiciera comprender que pertenecía á ella. Cada gesto, cada palabra, y hasta el silencio mismo de aquellos con quienes se ponía en contacto, implicaban y expresaban con frecuencia la idea de que estaba desterrada, y tan aislada como si habitase en otra esfera.

La admiraba y la protegía a prudente distancia; pero esta prudencia se parecía demasiado en sus tramites al desvío de un extraño, y él no podía conformarse con tan poco. Ya sabemos que había vuelto a frecuentar la casa de la marquesa desde que se andaba en ella a escobazos con el diablo. En una de sus visitas, estando ya la desterrada joven en Madrid, halló a su amiga muy alarmada.

Aresti pareció irritarse. Lo que él proclamaba era la vida, la juventud, el amor, tal como los concebía. Respetaba la virtud, pero no consideraba necesario que tuviese gesto de vinagre y piel de esparto. Además, porque la mercenaria del amor, de aspecto tolerable, estuviese desterrada de las calles, ¿resultaba acaso la villa una población de costumbres virtuosas? Con la vida y sus instintos no se juega. Si la entorpecen su curso en nombre de una moral de locos, rompe por donde puede, esparciéndose en arroyos fangosos.