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Actualizado: 6 de junio de 2025


Roussel le dirigió una mirada de antiguo amigo; era la única cosa que hubiera deseado de la herencia tan espléndidamente abandonada á su prima. La señorita Guichard se sentó entre Mauricio y el sabio Truchelet; Roussel á la derecha de Herminia, porque Clementina había adjudicado doblemente la presidencia á las señoras en su persona y en la de su sobrina.

La naciente celebridad de usted no me permitía ignorar su nombre. El pintor se inclinó ruborizándose. Lo poco que yo valgo se lo debo al señor Roussel. ¡Tiene tanto gusto y tan admirable inteligencia! exclamó Clementina con una admirable hipocresía. ¡Ah, señor! Era muy seductor, cuando joven; ¿cómo no había de agradar?

A los diez y ocho años era Clementina una de las mujeres más bellas y uno de los mejores partidos de Madrid. El caudal de su padre había crecido como la espuma. Estaba considerado como uno de los banqueros importantes de la villa y no se le conocía otro heredero ni era ya de presumir que lo tuviese.

Este plan consistía en dar la voz de alarma a Clementina y arrancarla la promesa de librar sus fondos de la quema, si es que la había, anclando a su propio dote. Fiando mucho en su diplomacia y en el temperamento desprendido de su amiga, serenóse un poco.

Fortunato Roussel acababa de ser nombrado capitán de la Guardia Nacional de caballería, cuerpo aristocrático en el que procuraban servir entonces todos los elegantes de París. Al felicitarle por su nombramiento, Clementina dijo á su primo: Ya estás enteramente metido en honores.... Serás recibido por el Emperador en las Tullerías.... Te estoy viendo entrar en gran uniforme.... Estarás magnífico.

Ay, perdón, Clementina.... Me he metido aquí sin saber lo que hacía.... ¡Soy tan desgraciada! Y las lágrimas brotaron con abundancia de sus ojos. Pero, ¿qué te ha pasado, criatura? ¡Nada, nada! replicó la niña sollozando. Hubo unos segundos de silencio. Clementina la contemplaba con lástima. Vamos dijo acercando la boca a su oído . Emilio te ha dado algún disgusto esta noche. Irenita no contestó.

Lo que no hay añadió acercándose a la señora de Calderón y dándole dos sonoros besos en las mejillas es una mujer tan ingrataza y tan insignificante como .... Por supuesto, que yo no vengo ya a verte a ti, sino a mi señor D. Julián, que alguna vez que otra sube a darme las buenas tardes y a decirme cómo anda la cotización.... Y a propósito de cotización, Clementina, dile a tu marido que suspenda aquello hasta que le avise.... Mejor dicho, no le digas nada; yo pasaré esta noche por tu casa.

¡Dios te lo pague, hijo! replicó la viuda dando un suspiro de cómico agradecimiento. Volvió la tertulia a acomodarse. Los jóvenes casados sentáronse juntos al lado de Mariana. Clementina había dejado aquel sitio y charlaba con Maldonado: el nombre de Pepe Castro sonaba muchas veces en sus labios.

Levantó la frente y adelantándose hacia Clementina: Has tratado con Mauricio y con Herminia: está muy bien, dijo graciosamente; pero no estás arreglada conmigo. ¿No te parece, mi querida prima, que tenemos algo que hablar? Es preciso no ocultar nada en el corazón en una situación como la que vamos á afrontar. Vaciemos, pues, nuestro saco, para no volver más sobre el asunto.

Convinieron en verse para tratar de ponerse de acuerdo y todas las tardes iba Fortunato á tomar una taza de en casa de Clementina.

Palabra del Dia

rigoleto

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