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Actualizado: 27 de mayo de 2025
¡Qué barbaridad! ¡Ya no puedo tomar más! dijo Ricardo poniendo en el suelo un vaso con un poco de leche. Ni yo tampoco: he tomado demasiada. A mí sáqueme otro vaso, Águeda.
Catalina y Martín se encontraban muchas veces y se hablaban; él la veía desde lo alto de la muralla, en el mirador de la casa, sentadita y muy formal, jugando o aprendiendo a hacer media. Ella siempre estaba oyendo hablar de las calaveradas de Martín. Ya está ese diablo ahí en la muralla decía doña Águeda . Se va a matar el mejor día. ¡Qué demonio de chico! ¡Qué malo es!
Doña Águeda misma estaba horrorizada. La sobrina permaneció ocho días encerrada en su alcoba después de aquella escena.
De ninguna manera apoyó doña Águeda. Lo contrario es dar a entender una malicia que no debes tener. Tu inocencia te sirve para tolerar todo eso. Así hacen Pilar, Emma y Lola. Pero... Pero, hija... Pero, si lo que no es de esperar.... Al que te proponga amores formales, no le toleres pellizcos, ni nada que no sea inofensivo.
Se figuraba sacada a pública subasta. Doña Águeda y después su hermana trataron con gran espacio el asunto de la cotización probable de aquella hermosura que consideraban obra suya. Para doña Águeda la belleza de Ana era uno de los mejores embutidos; estaba orgullosa de aquella cara, como pudiera estarlo de una morcilla.
Pues bien, todo esto lo pagarías tú con la más negra ingratitud, con la ingratitud más criminal, si a la proposición que vamos a hacerte contestaras con una negativa... incalificable. Incalificable repitió doña Águeda . Pero creo inútil todo este sermón añadió porque la niña saltará de alegría en cuanto sepa de lo que se trata.
Pensaba sermonearla hasta quitarla todos los malos resabios y dirigirla por la senda de la más estrecha virtud. Con el motivo de ver a su hermana, Martín fué varias veces a casa de Ohando y habló con Catalina y doña Águeda. Catalina seguía hablándole de tú y doña Águeda manifestaba por él afecto y simpatía, expresados en un sin fin de advertencias y de consejos.
Las miradas de doña Águeda, algo más gruesa, más joven y más bondadosa que su hermana, iban cargadas de estas preguntas cuando se clavaban en Anita al darle un caldo. La huérfana sonreía siempre; daba las gracias siempre. Estaba conforme con todo. Las tías veían con impaciencia que se prolongaba aquel estado. La niña no acababa de sanar, ni recaía; no se presentaba ninguna solución.
Lo que eran los hombres, y especialmente los indianos, lo que no les gustaba, la manera de marearlos, lo que había que conceder antes, lo que no se había de tolerar después, todo esto se discutió por largo, siempre concluyendo con la protesta de que era hija tanta sabiduría de la observación en cabeza ajena. Por lo demás, ni tu tía Águeda ni yo manifestamos nunca afición al matrimonio.
Don Carlos, padre de Ana, era el primogénito de un segundón del conde de Ozores. Don Carlos tuvo dos hermanas, Anunciación y Águeda, que con su padre habitaron mucho tiempo el caserón de sus mayores. La rama principal, la de los condes, vivía años hacía emigrada.
Palabra del Dia
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