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Actualizado: 10 de julio de 2025


¿Para cuándo son las pulmonías y los cólicos cerrados? exclamaba, al leerlo, don Simón en su despacho, y sin pararse ya en barbaridad más o menos. ¿Reflexionaba así el Ministerio? Tal vez; pero no se le traslucía.

¡Una barbaridad!... ¡ché... dar de a tres años de ingeniería juntos... y estudiar veinte horas diarias! ¡Qué exageración! ¡Bueno: diez y nueve!... Da gracias a Dios que pudiste substraerte a esa vida. No tuve más remedio... cuando me enfermé. ¡Qué enfermedad, ni qué embelecos! ¡ eres más sano que yo! y lo has sido siempre.

Maltrana siguió besándola, interrumpiendo sus caricias con ardorosas palabras. Grita lo que quieras... pero no te dejo. He de asesinarte, matarte a besos... Te adoro. Eres la Venus de Milo... La de Milo, no, ¡que barbaridad! no tiene brazos, y los tuyos son muy bonitos.

Pero ¡ó barbaridad inaudita! no fué así, pues con opróbio de la misma racionalidad, y menosprecio del adorable Sacramento, de las sagradas imágenes, y de toda la corte celestial, se convirtió el templo en cueva de facinerosos, que con sacrílegas manos quitaron la vida al cura y á cinco sacerdotes, pasando á cuchillo mas de 1,000 personas, entre hombres, mugeres y criaturas, quedando el santuario convertido en pielago de sangre inocente, y salpicados con ella los altares.

Es mucho. Está bien, no hablemos, me voy. Espere usted. ¿Sabe usted que las letras ascienden a ciento veinte mil duros? El veinte por ciento sería una cantidad enorme. Es lo que me ha ofrecido Ospitalech. Eso o nada. ¡Qué barbaridad! No tiene usted consideración... Es mi última palabra. Eso o nada. Bueno, bueno.

El señor Taylor acusa á cada paso de ignorantes á los españoles. No se comprende cómo el poco tiempo que ha estado aquí le ha bastado para examinarnos de todas las asignaturas y darnos calabazas. Los mahometanos y los judíos, esos que eran sabios; pero hicimos la barbaridad de expulsarlos. No cabe en este breve escrito contestar á las censuras del Sr. Taylor.

Pero este dice que quiere ser célebre, aunque para ello tenga que hacer una barbaridad. Hombre, hombre, ¿ quieres dar golpe? Valiente papamoscas. Pues dalo, hombre, dalo. No te faltará ocasión, cuando se grite «abajo la tiranía», pórtate bien. Inventa cualquier cosa, aunque sea una barbaridad, como dices. Puede que no lo sea.

Y si Cabezudo empezó á decir picardías de Dios al ver que llovía á mares, ¿no ha hecho Cabezudo una barbaridad? ¡Cabezudenses, barbaruelenses y animalejuenses, dad por bien hecho todo lo que hace Dios, pues es lo que os tiene cuenta, aunque os parezca lo contrario!

No habían transcurrido diez segundos después de aquel así, así, cuando se oyó una gran chillería. «¿Qué es, qué hay?». ¡Qué había de ser sino alguna barbaridad de Juanín! Así lo comprendió Benigna, corriendo alarmada al comedor, de donde el temeroso estrépito venía. ¡Bien por los chicos valientes! dijo Santa Cruz, a punto que Ramón Villuendas se despedía para bajar al escritorio.

Dios me perdone esta barbaridad que voy a decir: creo que con la justiciada de ayer, esa picarona ha redimido parte de sus culpas. Ella será todo lo mala que se quiera; pero valiente lo es. Todas deberíamos hacer lo mismo».

Palabra del Dia

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